Según cifras de ONU Mujeres en México, una de cada tres féminas ha padecido violencia sexual o física, principalmente a manos de su compañero sentimental.
Debo decir que la mayoría de las que conozco, en determinado momento de su vida han sido violentadas, ya sea por acoso callejero, por sus parejas, en sus trabajos, todas hemos sentido alguna vez vulnerados nuestros derechos y nuestra libertad por el mero hecho de ser mujeres. Si alguna de ustedes no lo ha sido, por favor regréseme la fe en la humanidad y hágamelo saber.
Enumerar las razones por las que las mujeres son víctimas frecuentes de violencia, nos llevaría tres páginas, no es la razón lo que me ocupa esta vez, sino lo común que nos resulta este tipo de violencia.
Es “normal” que alguien en la calle nos grite vulgaridades, igual de “normal” es que los compañeros de trabajo hagan chistes ofensivos sin que nadie les reclame.
Peor aún, todavía existen personas que justifican el hecho de que un hombre violente a su esposa o pareja de forma física, ni hablar de violencia económica o psicológica; es “perfectamente normal” que un hombre controle la forma de vestir o que decida si su esposa debe o no trabajar.
Cuando una mujer se convierte en víctima de violencia física por parte de su pareja, por lo general ya padeció violencia psicológica, pero es difícil verla hasta que se traduce en golpes.
No sólo lo hemos atestiguado, quizá muchas de nosotras hemos estado en situaciones de violencia al recibir descalificaciones o insultos de nuestra pareja para minar nuestra autoestima o someternos. Prohibiciones expresas de lugares a dónde ir o personas que frecuentar, episodios en los que nuestra pareja, quizá no nos golpeó, pero destruyó objetos personales nuestros. Todas estamos expuestas, sin importar el nivel económico o grado académico.
El acceso de las mujeres a una vida libre de violencia es ya parte de la agenda global y existen organizaciones nacionales e internacionales que hacen recomendaciones a los estados respecto a cómo debe combatirse a través de medidas específicas. El punto más importante, desde mi perspectiva es que comprendamos que es un problema que nos atañe a todos. Desafortunadamente, todavía hay personas que pueden creer que es un tema que ocupa solamente a ellas, pero según datos de ONU Mujeres, las violentadas son más propensas a sufrir un aborto o a contraer VIH, lo que ya lo convierte en un problema de salud pública.
Según Amnistía Internacional, las violentadas son menos productivas en sus trabajos. Se ausentan con facilidad, lo que se traduce en bajos ingresos, eso lo convierte en un problema económico.
En definitivo, a una mujer que ha sido violentada por años en su hogar, quizá lo último que le importe sea si la ONU o Amnistía dicen tal o cual cosa, los refiero para comprender que se trata de una problemática social.
A través de este espacio pretendemos difundir los derechos de las mujeres, una posible forma de acceder a una vida sin violencia, las principales problemáticas que por cuestiones culturales, no son visibles y que muchas mujeres padecen a diario como la violación conyugal o el techo de cristal, los efectos de la discriminación que aún padece el sexo femenino, los avances en materia de igualdad en el país y en el estado, así como los retos que aún enfrentamos como sociedad.
Es un proceso complicado que asumamos que somos violentadas por nuestras parejas y tomemos la determinación de salir de esa espiral, es casi imposible si además no se cuenta con una red de apoyo. Por eso es importante conocer las instancias que brindan atención especializada y saber que es un mal que padecen muchas mujeres, la mayoría de las veces de manera silenciosa. Recuerda, no estás sola.
Por
AMANDA CASTILLO