Cuando Iker empezó a crecer en su cuerpo, Talía Barredo, fotógrafa, y creadora, vivía un proceso profundo de transformación. Cursaba el diplomado de Prácticas de Profesionalización de Arte Contemporáneo y vivía experiencias personales que le brindaron un encuentro diferente con el arte. “Las formas de trabajo que tenía se rompieron, sentí una entrega mucho más profunda hacia las artes”, dice. Casi al mismo tiempo que nació su hijo, comenzó a trabajar en la gestión cultural y decidió hacer un alto en su vida y hacer una pausa en la fotografía “la creación se dará cuando se tenga que dar”.
Hoy es directora del Centro Cultural Casa Purcell de Saltillo y su encuentro con la creación sucede desde otra perspectiva: “Una de las cosas que me encantan de mi trabajo es la gestión, me permite crear de otra manera, crear proyectos, darle forma a procesos de diversos artistas. Trabajar de la mano con ellos me hace no sólo entender su trabajo, sino el mío de diferente manera”.
Ser mujer y ser artista
Para Talia las mujeres no hemos ganado muchas batallas, y en el mundo del arte es muy notorio: “Somos creadoras por naturaleza, sin embargo, vivimos en un mundo donde cada día hay una exigencia mayor hacia la mujer, donde el término ‘perfección’ nos encadena. Pero hay claros ejemplos de mujeres que, a través del arte han equilibrado la crianza siendo artistas profesionales. Para eso estamos aquí, para ganar batallas, tomando el arte como trinchera”.
Sobre la portada de NES
Invitamos a Talía a que creara la primera portada de NES, nadie mejor que ella para mostrarnos, a través de una imagen, que no estamos solas.
Ella no lo sabía, pero el camino que la llevó a esta portada inició hace mucho tiempo, cuando se interesó por los procesos orgánicos. A ese interés se sumó luego una cierta fascinación por las flores de Bach –una terapia alternativa que utiliza los aromas de las flores para hacer conciencia de las emociones– ,“me fascinó cómo a través de los olores de las flores o ver flores, te conectas con tu ser más profundo”. Y después de un proceso de aparente pausa, en el que siempre había flores de por medio, finalmente la idea se transformó en un mandala.
Y así, aunque al principio no lo sabía, esta obra es el resultado de tres años de creación, de conocimientos, imágenes que se sumaron para finalmente plasmarse en esta obra que nos recuerda la fuerza expansiva de las madres, su manera de contagiar con su energía otros campos, pero también nos remite a la idea de hacer comunidad, de pertenecer, de hacer tribu y de acompañarnos, todas diferentes, pero bellas en esa imperfección.