Por Valeria González
¡Navidad, Año Nuevo! Me encanta esta época del año, la comida, las posadas, la convivencia, los regalos, la decoración tan acogedora en las casas, el aroma a pino y canela, los buenos deseos, los abrazos. Antes tenía una expectativa tan grande de la Navidad y Año Nuevo que a veces, más bien frecuentemente, eran un desastre total. Queriendo cumplir con todos los compromisos me ponía de mal humor por el cansancio de tanta desvelada. Queriendo que el día fuera “mágico” me ponía ansiosa si no salíamos a tiempo, arreglados y emperifollados todos a la comida y/o cena navideña. Si alguien se ponía serio o no se la estaba pasando tan “bien” me ponía la tarea de ser el “alma de la fiesta” para que los demás vivieran una Navidad como yo “creía que era mejor”. Me daba cuenta que repetía lo mismo que hacía mi mamá (mamita no te enojes), y me daban ganas de gritar: ¡¡Ya Bastaaaaa!! Y luego me deprimía porque las cosas no habían salido tal como yo esperaba, y me sentía culpable porque: “y tantas personas que no tienen nada en Navidad”, ahora hasta el año que entra a ver si los demás se portan como deberían.
Bueno, en esa neurosis vivía cuando atravesaba por ese proceso de redefinir mis creencias, de que les platicaba en el artículo anterior, hice una pausa larga. ¿Qué es la Navidad para mí? Esa pregunta me la tuve que hacer en un momento de ansiedad por no encontrar el regalo perfecto. Creía que en Navidad celebrábamos el nacimiento de Jesús y que era una época de dar, de convivir, de reunirnos con la familia muy al estilo Disney. Y el nacimiento de Jesús era importante celebrarlo porque fue quien se sacrificó por nosotros para librarnos del pecado. Y claro, congruentemente con esta creencia yo me “sacrificaba” por los demás para que ellos “pobrecitos que no saben cómo festejar” tuvieran una Navidad perfecta. De verdad, ahora que lo veo no puedo creer tanta soberbia de mi parte.
Y sí, yo deseaba profundamente vivir una Navidad feliz y en Paz, pero bajo esa creencia pues está difícil y tuve nuevamente que poner en duda mis creencias. Tuve que sincerarme, abrirme profundamente y observar mi creencia en el sacrificio. Es un tema largo y lo seguiré abordando porque al subsanar esta idea, vaya qué cosas maravillosas empiezan a suceder.
Nuestro concepto del sacrificio
Dejar atrás la necesidad de sacrificarse es dejar atrás el miedo y la culpa ¡y te libera! No sólo a ti sino a todos a tu alrededor los libera de ti mismo.
La idea del sacrificio está tan arraigada en nuestro sistema de pensamiento, que pensar en la salvación sin tener que hacer algo suena imposible. Confundimos el amor con el sacrificio tanto que nos resulta imposible ver al amor separado del sacrificio. De ahí el miedo profundo al amor. Las diferentes formas que le damos a esto son infinitas, el ego es muy creativo con eso, pero el fondo es el mismo: miedo.
Tengo miedo a no ser amada, a no ser perfecta, y me sacrifico por ti, hago cosas para ti y por ti que me cuestan para agradarte, para “hacerte feliz”, para de esta manera ser merecedora de tu amor. Pero el precio que se tiene que pagar por eso es muy grande. Y qué si de pronto no te portas como yo espero, qué pasaría si un día ya no eres tan “buena onda” conmigo, qué tal si un día dices algo fuera de lo que yo creo que deberías decir. Y es ahí donde te crucifico. Aparentemente pagó la otra persona, pero el precio de todo esto lo pagamos nosotros, los que creemos que no hay amor sin sacrificio porque después de atacar o exigirle sacrificio (no importa si lo haces en persona o sólo mentalmente) a quien “traicionó tu confianza” entonces viene la culpa y ésta tiene que pagarse con más miedo, y seguirás sin experimentar el amor verdadero porque el miedo que lo nubla es enorme.
Si puedes ver esto, si puedes ver esta jugarreta del ego, el ego perderá fuerza y se irá haciendo cada vez más chico y vivirás el gozo, la dicha indescriptible de experimentar el amor verdadero sin condiciones.
Esto tiene muchas implicaciones . La primera es que necesitas sentirte totalmente amada, perfecta, que no necesitas hacer nada para merecer, porque ya lo mereces y lo tienes todo. Al corregir el error de percepción de verte imperfecta, inmerecedora y carente ¿qué crees que pase? ¿seguirías amando de la misma manera? ¿exigirías sacrificio? ¿qué cambiaría? Y si ya no hay miedo… ¿cómo sería tu forma de relacionarte con los demás?
Todo este miedo al amor tiene un origen ¿Qué tan temible se ha vuelto Dios para ti, qué tan grande es el sacrificio que exige su amor? No importa si crees en un Dios católico, cristiano, judío, musulmán, o la marmota morada, lo importante es la idea que conservamos de la divinidad, del creador, del universo. Te ama, pero tienes que pagar. Cómo no vamos a temerle al amor. Bajo esta idea solo hay dos opciones o renuncias a creer en el amor o te vuelves un mártir.
Y si no fuera así, y si el amor de Dios fuera total ¿qué pasaría? Si la divinidad nos viera perfectos, totalmente completos, proveídos, que no podemos hacer nada, absolutamente nada para que nos deje de amar. Qué tal si no existe lo que llamamos “castigo divino o karma”.
Creemos que el mundo nos exige sacrificarnos, pero no nos damos cuenta que sólo nosotros somos quienes nos lo exigimos.
El regalo de la libertad
Este fin de año, el regalo perfecto para mí y para todos es amor, amor verdadero. Un amor absoluto, no importa qué haga o qué hagas, me amo y te amo completamente sin exigirte sacrificio, sin exigirte que cambies o “mejores” bajo mis parámetros. Estoy bien y estás bien como estás, te amor así, tal y como eres en cada instante.
Libertad absoluta. Libertad para ser como cada quien quiera ser, sin juicio. No tengo que hacer nada por nadie, porque los veo perfectos, capaces y abundantes. Dejo de proyectar mi propia carencia en los demás.
¡Feliz Año Nuevo a todos! No importa si lo pasas en un súper reventón de adolescente, o en familia o en casa viendo televisión, está perfecto como sea que es.