El miedo a engordar, engorda

Por Juany Almaguer

Ana Arizmendi, una de las más reconocidas coaches en psicología de la alimentación en México, cuenta en exclusiva para NES su propia historia: ¿De qué tenía hambre su vida?

Ana tiene el objetivo muy claro: ayudar a las personas a descubrir su verdadera hambre, esa que no se siente en las entrañas, pero que sí es evidente en las emociones… y consume vidas.

Cuando después de un accidente provocado por ir comiendo mientras conducía, comenzó a llorar no del dolor provocado por el impacto, sino de angustia y desesperación por encontrar un bote de basura y tirar la comida que traía. Fue entonces que “le cayeron muchos veintes” y descubrió, apenas a los 16 años, que algo no estaba bien, que necesitaba ayuda.

Hoy Ana es una de las más reconocidas coaches en psicología de la alimentación en México; ha recorrido las principales ciudades del País durante un año ofreciendo su taller presencial “¿De qué tiene hambre tu vida?”, también en línea para personas en cualquier parte del mundo. Ana acertadamente recurrió a sus padres, quienes acudieron con un nutricionista que, si bien le formuló con un plan alimenticio, no fue suficiente. Ella sabía que necesitaba algo más, que tenía que cambiar algunas de sus conductas en su relación con la comida, pero no sabía cómo hacerlo.

Me encantó conocer de nutrición, aprender a comer, pero él nunca me ayudó con el tema de antojos y atracones; me decía que era una fase, que era la adolescencia, pero yo no llegaba a comprenderlo”.

Fue en la clase de psicología, en preparatoria, cuando su maestra, enlistó algunas características propias de personas con algún desorden alimenticio, Ana prácticamente hizo “check” en todas. Al final de la clase se acercó y ella fue directa: necesitas terapia y atención psiquiátrica.

El primer episodio disfuncional con la comida lo tuvo cuando apenas era una niña, a los ocho años: fue un atracón. A la hora del recreo fue a la tiendita de la escuela, compró algunas bolsas de papitas fritas, las escondió en su mochila y, en casa mientras todos dormían, las comió a escondidas.

Me las comía sintiendo un alivio interno. A partir de allí empecé a esconder comida con ansiedad, no quería que nadie me viera, escondía las envolturas. Todo eso se intensificó en la adolescencia y cuando pasé a la prepa los atracones eran cada vez más fuertes y más frecuentes”, recuerda. Aún incrédula por la respuesta de su maestra, fue descubriendo que su relación con la comida no era una cuestión nutricional, pues ni siquiera tenía sobrepeso; descubrió además que lo que le pasaba, nada tenía que ver con llevar una dieta o contar calorías.

Estaba usando la comida como un recurso para tapar ciertas emociones de mi vida que yo no me sentía lista para descubrir. Y es que, bioquímicamente, la comida nos altera y nos calma”. Justo desde allí comenzó su camino de transformación y a descubrir también su verdadera vocación.

La primera carrera profesional de Ana fue nutrición, de allí siguió con psicología y posteriormente otras corrientes psicoterapéuticas que le ayudaron a entender justamente la relación psicológica de las personas con la comida.

“Pensaba: Hay miles de mujeres como yo”. Y es que, recuerda, en su grupo de amigas cercanas veía cómo algunas pasaban por algún desorden alimenticio. “Una semana antes de una fiesta dejaban de comer”. Explica que, aunque no sea bulimia o anorexia, sí es una relación disfuncional con la comida que genera sufrimiento. Ana se sentía exitosa en muchas áreas de su vida, pues tenía amigos, novio, sacaba buenas calificaciones, pero no podía controlarse si de comida se trataba.

Cuando tenía un atracón juraba que sería la última vez; era algo muy similar a una adicción: al rato otra vez me sentía estresada, deprimida y volvía… es un círculo vicioso. Pensaba ¡cómo es posible, no tengo fuerza de voluntad, soy un fracaso, nunca voy a poder con esto! Y eso justamente me hacía volver a comer. Es todo un ciclo”.

Ana afirma que a diferencia de las adicciones al alcohol o a las drogas, una dependencia a la comida sí se puede curar, “esa relación sí se puede transformar”.

Etapas más vulnerables

Desde que aplica la vacuna, el pediatra le ofrece una paleta de dulce, el bebé entiende que el azúcar es algo que le puede ayudar a consolarse, que le quita el dolor físico y que la comida puede ser un recurso para manejar las emociones, comenta Ana.

Explica que parte del problema actual de obesidad infantil en México se debe a que los niños se sienten solos, aburridos y que son niños emocionalmente abandonados, aunque suene fuerte.

Si están aburridos, su mamá les dice que pongan unas palomitas en el micro o les dan dinero para salir a la tienda, entonces desde pequeños van aprendiendo que cuando están aburridos, tristes o se sienten solos, la comida puede ser una buena compañía, puede sustituir a su mamá”. Definitivamente, puntualiza, cuando las personas (sobre todo las mujeres) empiezan a tener más consciencia con su apariencia, a decir “me tengo que cuidar”, es cuando comienza esa obsesión de “no quiero comer esto o aquello”, y esto generalmente no se detecta de inmediato como un problema.

Pero, ¿de qué tenemos hambre?

En su trato con cientos de mujeres como profesional de la psicología de la alimentación, Ana ha descubierto que la mayoría tienen justamente hambre de ellas mismas, de voltearse a ver, de descubrir qué quieren, quiénes son, de descubrir su vocación de vida y sobre todo, de ponerse a ellas al centro de su propia vida.

Muchas, dice, son mujeres que se han volcado de una manera excelente a su profesión, a su familia, a un marido, a cuidar a sus padres enfermos… se han dedicado a todos, menos a ellas, pero ahora su cuerpo les está gritando a través del peso y a través de la comida: “Hazme caso, voltea a verme”.

El hambre central, y que es la principal que hay que nutrir, es el hambre de nosotros mismos. Si no me volteo a ver, no me voy a dar cuenta qué necesito”, explica.

Como madres de familia ¿cómo podemos descubrir de qué tenemos hambre?, ¿qué podemos hacer? Ana detalla algunos puntos importantes a considerar. “En mis talleres les pregunto ¿para qué quieres bajar de peso? Si analizamos cada una de las razones que me dan increíblemente la mayoría de ellas las pueden lograr sin bajar un solo gramo. Desafortunadamente ponemos nuestro peso como una condición. Por mi cuerpo no me dieron el ascenso en el trabajo; no tengo pegue con los hombres; no puedo divertirme, no puedo salir a bailar… es más fácil decir eso, que aceptar que no tengo la seguridad para hacerlo”.

Es común que digamos: “Cuando baje de peso podré ser feliz… y no, tiene que ser al revés: Para que bajes de peso tienes que aprender a ser feliz”.

Sigue a Ana Arizmendi en:
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FACEBOOK: @AnaArizmendiFanPage
INSTAGRAM: @anaariz
TWITTER: @anaarizmendis

Juany Almaguer

Con más de 20 años de casada y con tres hijos, sigo en la búsqueda del instructivo que me diga cómo aprender a ser mamá. Creí ser una comunicóloga jubilada, pero NES me trajo de regreso. Comparto Momentos de mis días con mi familia, en mi casa, en mi cocina. Soy yo, así bien normal... como todas las mamás.

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