Por Dona Wiseman
Hoy comentaba un amigo que en días pasados fallecieron dos personas conocidas. Comentábamos que la muerte anda trabajando horas extras desde el 2016. También comentamos que hay muchas personas en situaciones difíciles económicas y emocionales. Siempre es difícil saber qué hacer en estas situaciones. ¿Qué le decimos a un hijo que ha perdido a su padre o madre? ¿A un hombre que ha perdido a su esposa? ¿A alguien que ha perdido a un amigo? ¿Cómo acompañamos a alguien que no tiene trabajo? ¿A alguien que está cayendo en la desesperanza? ¿A alguien que no ve la salida de una situación muy complicada? ¿Qué le decimos a las personas que ven la injusticia y la corrupción y que de alguna manera son presas de los sistemas? ¿A las mujeres y niños, y a los hombres, que no gozan de los derechos humanos básicos? ¿Cómo acompañamos a alguien que padece depresión o alguna otra condición emocional?
Creo que lo que más aplica en estas instancias es la compasión. Pero ¿qué significa compasión?
En la definición de Wikipedia: La compasión, desde el latín y el griego, significa “sufrir juntos”. Es un sentimiento humano que se manifiesta a partir de y comprendiendo el sufrimiento de otro ser. La compasión es más intensa que la empatía. Percibe y comprende el sufrimiento del otro y conlleva el deseo de aliviar, reducir o eliminar tal sufrimiento.
La compasión y el dar
El deseo de aliviar el sufrimiento del otro no significa que lo podemos hacer. Sé que en ocasiones las personas que han intentado acompañarme en momentos difíciles no le han atinado a lo que yo necesitaba. También sé que no siempre he atinado yo a la manera de acompañar a otros. Se me ocurre entonces que lo más indicado sería preguntar.
Eso es algo que no hacemos con frecuencia. Preguntar. Entonces al asumir, conjeturar y aplicar nuestras propias respuestas a los demás, hacemos todo menos realmente servir al otro. Y nos lleva a “dar” de una manera distorsionada, dando lo que nosotros querríamos, pero no lo que el otro necesita ni quiere. Para eso, para dar y servir de una manera verdadera, tenemos que arriesgarnos a ver al otro. Tenemos que poner al otro verdaderamente en primer lugar, poniendo de lado nuestras ideas para realmente ver al otro y ofrecerle lo que él o ella requiere. Yo no sé qué necesita el otro si no pregunto.
Propongo que, para ser útiles en el mundo de hoy con tanto dolor y tanta confusión, desarrollemos la habilidad y el hábito de ver al otro, a los otros y de hacer preguntas. Preguntar por su sentir, por sus necesidades y así, si está dentro de nuestras capacidades y deseos, poder acompañar y estar para otros.