Por María Fernanda Zetina
En mi niñez, fue la tía Blanquita quien me enseñó sobre el cuidado de los seres vivos. Hacía todos los años cursos de verano. Nos llevaba a la huerta, nos enseñaba a admirar y a observar los árboles, el sonido de las aves. Acampábamos de noche en ese lugar y aprendíamos a distinguir los sonidos de los insectos. También aprendimos a reutilizar los materiales de desecho que otros veían como basura, y hacíamos juguetes. Mi otra tía, Susana, un día, nos llevó de paseo. Vi una flor y la quise arrancar, pero ella me dijo: “Si te gusta, mejor tómale una foto con tus ojos y consérvala en la memoria para que otros también puedan tomarle fotos. La puedes oler y sentir con cuidado, pero no la puedes arrancar porque dejaría de existir y ya nadie podría disfrutar de ella.”
Estos recuerdos fueron esculpiendo la base de mis valores principales, el camino hacia la búsqueda del respeto a mí misma y a la naturaleza: el respeto a la vida.
Ahora que voy a ser madre, quiero transmitirle esto a mi hijo que viene en camino, a mis sobrinos, a mis amigos y a todo aquel que pueda compartir mis conocimientos. Es muy importante para mí hacerlo ya que actualmente pasan muchísimas tragedias por el simple hecho de que nadie nos enseñó a respetar y admirar la vida. Todo ser vivo pequeño, grande, animal o humano es importante para el equilibrio y existencia del planeta.
Hace un
Consiste en atacar un espacio público o declarar la guerra. Las armas son árboles, semillas, flores, palas, picos, tierra, carretillas. El objetivo es llevar la naturaleza a espacios abandonados de la ciudad: ver lo inadecuado como una oportunidad de transformación, donde la gente establece un sentido de comunidad y de pertenecer a la tierra.
“Mi sueño es despertar y crear más paraísos urbanos, espacios donde la gente encuentre fe en ellos mismos y en sus vecinos.”
El domingo pasado participé interviniendo y arreglando jardineras de la ciudad en donde vivo, en una zona que parecía escena de película postapocalíptica. Quitamos la basura y plantamos árboles de la región.
Cuando se hace este tipo de acciones hay que considerar la especie de la planta o del árbol que se van a plantar. Que sean resistentes y de pocos cuidados. Revisar si el suelo es fértil y con buen drenaje o si hay que llevar tierra. La ubicación para saber si la planta que se pondrá resiste al sol y/o a la sombra. Y lo más importante: el agua. Quién o cómo se va a proveer de agua al nuevo ser resiliente que crece y que muy pronto nos proveerá de belleza y oxígeno. Buscar la supervivencia de lo que se está plantando y pensar a futuro.
Todos podemos hacer estas pequeñas acciones que generen un cambio y tener un entorno menos hostil y mucho más amigable con todos.
Les invito a que comiencen con sus familiares, vecinos, en sus barrios y se conviertan en guerreros, que se ganan el espacio público y lo convierten en escuelas pragmáticas donde se aprende de los seres vivos, el respeto, el medio ambiente, la responsabilidad y participación ciudadana.
Y así, cada uno de nosotros podremos algún día llegar a ser como mis tías que me enseñaron el cuidado y el asombro por la vida.