Por Jessica Rosales
Hace algunas décadas las mujeres eran, en su mayoría, trabajadoras del hogar. Me refiero a su responsabilidad como esposas y como madres de familia, un trabajo por el que no recibían una remuneración económica.
El único ingreso de estas mujeres era el mentado “chivo” que les daba la pareja para administrar las compras, básicamente alimentos y ropa para los hijos. Si algo sobraba, la mujer podría guardarlo para comprarse algo personal, pero muchas lo reservaban para alguna emergencia.
A pesar de que en la antigüedad no figuraban en el sector productivo, las mamás eran bastante ingeniosas, tejían nuestros zapatos, bueno, qué les digo, eran costureras, cocineras, ingenieras, constructoras, todo lo que fuera necesario hacer de propia mano o para abastecer de alguna necesidad y ahorrarse unos pesos en el pago de productos y servicios, eran expertas en finanzas.
Las mujeres eran consideradas sumisas y abnegadas, pero eso no evitó que fueran productivas en el hogar. Sin embargo, con los años se vieron obligadas a salir a trabajar.
Datos del Instituto Nacional de la Mujer estiman que, a mediados de 2016, 43.4% de las mujeres mexicanas de 15 años y más participaban en alguna actividad económica.
Hasta los años 70 el patrón de la participación económica femenina mostraba una reducción en la vida productiva cuando llegaba a su etapa de matrimonio. De manera que las mujeres que entraban al mercado laboral eran sobre todo jóvenes y solteras.
Actualmente esa situación ha cambiado, pues quienes se incorporan al mercado laboral y permanecen económicamente activas aun en su etapa reproductiva, incluso las tasas de participación económica más elevadas, corresponden a grupos de entre 30 y 49 años de edad en un 56.7 por ciento.
La participación de las mujeres es mayor conforme se incrementa su nivel de escolaridad, alcanza una tasa de 59.3% entre las que cuentan con nivel medio superior y superior.
Del total, 65.2% son trabajadoras asalariadas, 23.4% trabajadoras por cuenta propia, 7.1% trabajadoras no remuneradas y sólo 2.2% empleadoras.
Pero aún estamos lejos del reconocimiento monetario, pues según el índice de discriminación salarial calculado para el año 2016, la brecha de género es del 5.1% de distancia en el pago de salarios.
El grupo de ocupación que presentó la mayor desigualdad en ventaja para los hombres es el de trabajadores industriales, artesanos y ayudantes, grupo en el que tendría que incrementarse el salario de las mujeres un 31.8% para igualarlo con el de los hombres.
En el caso de quienes se dedican al comercio, corresponde un 10.8% y 14.0% para profesionales, técnicos y trabajadores del arte.
Entre oficinistas la brecha es de 10.5% y para funcionarios públicos y gerentes del sector privado, la magnitud de cambio necesaria para igualar los salarios es del 28.4%; en tanto que para trabajadores de la educación la brecha de género es de 1.5 por ciento.
Se dice que la mujer tiene la habilidad innata de hacer varias cosas al mismo tiempo, y tienen razón, pero nunca es bueno dar de más en ningún aspecto, todo debe tener el justo equilibrio para poder disfrutar de cada una de las etapas de la vida. Y aunque lo discutan la mujer, antes y ahora, ha sido muy productiva.
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“Las mujeres somos productivas por naturaleza, ya sea trabajando en casa o en otra puerta. A veces somos remuneradas justamente otras no. @Jessica Rosales hoy en #CONPERSPECTIVA”