Por Valeria González
Sospecho que esto les va a gustar muchísimo a los milenials. Me encantan, porque ellos tienen ya en su conciencia el merecer y lograr resultados sin sudar la gota gorda en el intento.
Yo pasé una juventud bastante idealista y con ansiedad por cambiar todo lo que juzgaba mal a mi alrededor. De verdad quería cambiar el mundo. Me tocó la guerrilla del 94 y, en esa época, con gusto me hubiera sumado a las filas revolucionarias y también me hubiera ido en un barco de Greenpeace. Súper intensa, quería cambiar todo lo que percibía mal. Me asocié con unos amigos en una consultoría de ONG´s para ayudarlas a cumplir sus objetivos altruistas. Más tarde, frustrada, me volví medio cínica y después de mucho trabajo interior (como diría un gurú que conozco) me di cuenta que hay una manera más fácil de hacerlo. Existe otra manera de hacer las cosas y que, al percibir el mundo “mal o descompuesto”, eso era precisamente lo que estaba obteniendo.
Me gusta muchísimo esta época en la que vivo, porque ahora más que nunca la ciencia y la espiritualidad van de la mano. Todo empezó con Einstein al equiparar la materia con la energía, después los descubrimientos han sido fascinantes, se comprueba que los pensamientos, la energía de la mente, influyen de manera directa en el control que el cerebro físico ejerce sobre la fisiología corporal. Y esa energía de la mente se mide en ondas electromagnéticas y esas las percibe el cuerpo mucho más rápido que las señales químicas. Entonces, no es absurdo pensar que cambiando nuestros pensamientos podemos cambiar el mundo.
La forma en que pensamos acerca de los demás importa y mucho. Y con solo cambiar esa manera en la que pensamos y percibimos a los demás podríamos hacer maravillas.
En el artículo de la semana pasada propuse una nueva manera de empatía, en lugar de empatizarme con el sufrimiento y el dolor del otro, con su ego, con lo que él cree ser, empatizar más bien con su espíritu, con la fortaleza, la inocencia, la santidad, la abundancia y la divinidad del otro. Léanlo si pueden.
Un ejemplo que salió en Discovery Health en el 2003 acerca de lo que la percepción del otro puede hacer:
En la época de los 50s se puso de moda la hipnosis. Muchos médicos empezaron a tener muy buenos resultados tratando las verrugas de la piel con ella. Había un caso muy difícil de un muchacho que tenía los brazos cubiertos con verrugas, así que su médico lo remitió con el especialista en hipnosis Albert Manson.
En la primera sesión, durante el trance hipnótico, el Dr. Manson le dijo al joven que su brazo sanaría completamente. A la semana siguiente vieron con gran satisfacción que las verrugas habían desaparecido. Muy satisfecho el Dr. Manson lo remitió al médico cirujano que antes había tratado de ayudar al chico con injertos de piel sin resultado. Cuando el médico observa con detenimiento, no cabe de su asombro, no sólo porque los brazos estaban sanos, sino porque al analizar más detenidamente el caso, se dio cuenta que había cometido un error de diagnóstico. ¡No eran verrugas lo que el chico tenía, sino una enfermedad genética incurable llamada Ictiosis Congénita! ¡Cómo era posible que con hipnosis se hubiera sanado una enfermedad considerada incurable!
El muchacho siguió con su terapia y pudo llevar una vida normal. Manson publicó sus resultados en 1952 en la revista British Medical Journal causando sensación. Después de este caso recibió a muchos otros pacientes con Ictiosis Congénita, pero nunca más pudo repetir el éxito que había tenido con aquel muchacho, por más que lo intentó.
Manson confesó que siempre estuvo consciente que estaba tratando con una enfermedad congénita incurable, toda su formación médica, todas las opiniones de sus colegas, todo su pasado le dictaba que eso era imposible. Aunque quería mostrarse optimista por el resultado anterior, el peso de la creencia de incurable estaba siempre presente en sus sesiones de terapia.
¿Cómo pueden las creencias del terapeuta afectar el resultado en un tercero? Puede ser que esté involucrada también la creencia del paciente, sin embargo, en los casos posteriores, los pacientes tenían muchísima fe en el tratamiento, pero el terapeuta no.
Y como este hay muchísimos ejemplos de cómo lo que percibimos del otro, también tiene un efecto en él, digo también porque los principales afectados por nuestras creencias y percepciones somos nosotros mismos. Hemos experimentado en carne propia que eso que pensamos de nuestros hijos realmente los marca, y lo que piensa una nación de su presidente también lo marca.
Después de que Peña Nieto fue el hazme reír de muchos, yo me divertía muchísimo con los memes lo confieso, me propuse hacer un cambio: Modifiqué la forma en que lo veía, me estoy esforzando en verlo capaz, con toda la información y conciencia para hacer un buen trabajo.
Todos tenemos todas las herramientas para actuar con una conciencia constructiva, creativa y amorosa. Sólo que a muchos nos cuesta trabajo sacarlas de nuestro interior, pero de que están ahí, están. Y es de muchisísima ayuda la percepción que tengan de nosotros los demás para poder sacarlas. Ver al otro capaz, abundante, con todo lo necesario para ser feliz y compartir esa felicidad, verlo con los ojos del espíritu y no con los ojos del ego. Y eso… eso de verdad si cambia al mundo y no tengo que salir de mi casa para hacerlo.