Por Valeria González
Cuando empecé a tomar conciencia de que lo que creo, pienso y siento sobre el “otro” afecta de alguna manera, primero me puse “súper linda” a tratar de ver el espíritu y no el ego del otro, como ya lo planteé en los dos últimos artículos. Pongo entre comillas “súper linda” porque nada más lejos de eso, de linda no tenía mucho.
Uno de los beneficios incalculables de ver aquello que nos une con los demás, en lugar de ver aquello que nos separa es precisamente eso, nos une, y nos acerca a percibirnos como en realidad somos, uno solo. Sanar esa percepción sería como vivir el cielo en la tierra, es tener una espiritualidad madura.
Pero la primera trampa del ego en la que caí y caigo es sentirme “súper linda” por ver amorosos a los demás. Es una trampa muy sutil, pero consiste en esto: Si yo me siento súper linda, es porque hay gente que no lo es, o lo es menos que yo. Me coloco en una posición superior, por encima de los que considero que no lo son o son menos lindos que yo. La palabra “súper” es un superlativo, eso quiere decir que implica comparación. Ahí la trampa, me vuelvo a separar de los demás, vuelvo a hacer una separación, aunque sea inconsciente. Yo arriba, otros abajo. Otra trampa similar es yo colocarme abajo y los demás arriba, me sigo separando.
La segunda trampa fue juzgar a los que juzgan…, eso como decir ¡qué mueran los intolerantes! Jajajaja. Ahora que me tomo menos en serio, de verdad me da risa, pero es una trampota del ego. Como andaba “súper linda” quería estar o convivir con gente a la que yo consideraba “linda”, pero si alguien en un momento difícil se atravesaba en mi camino…bueno, creía (creo muchas veces, tengo que confesar) tener vara larga para andar juzgando a rienda suelta a los “no lindos”, a los que critican, a los que juzgan. Aunque no lo hiciera abiertamente ni verbalmente. Lo hago en mi mente y eso basta para separarme. Ahí ando, juzgando la vida, el comportamiento, los defectos de los demás y me vuelvo a separar de la conciencia de unidad. El costo de separarme de los “otros” es vivir con más miedo, más barreras a mi mente para no experimentar el verdadero amor, la verdadera felicidad.
El reto aquí es amar, empiezo por aceptar completamente a los demás, de verlos iguales a mí, tan perfectos y amados como yo, no me separo. Practicar el no juicio, todo lo que hace mi hermano es la mejor decisión que pudo haber tomado. Nadie dice, ay, se me ocurren varias cosas para hacer, de todas las opciones que tengo voy a escoger la peor. No, nadie dice eso, porque tomo mis decisiones con las herramientas que tengo disponibles, y con ellas hago lo mejor que puedo y claro que al momento de acceder a nuevas herramientas puedo corregir o enriquecer mis decisiones. Pero siempre tomo decisiones pensando en que va a ser lo mejor en el momento en el que estoy, así que, desde esta perspectiva, todos están bien, cada quien tiene su propio proceso ni mejor ni peor y en la medida en que quite las barreras de miedo, más herramientas, más opciones podré acceder dentro de mí.
No es que uno ande por la vida como una papa (eso fue lo que dijo la mamá de una amiga al conocer la importancia de no juzgar… ¡me voy a convertir en una papa!), es que uno anda por la vida más en paz, no tenemos idea del poder y la energía del amor completo.
La percepción de amor y aceptación tiene que ser total, completa. Eso quiere decir que no puedo colocarme por encima o por debajo de nadie, ni excluir a nadie, ni a la amiga que te cae gorda, ni al viejo que se te metió en la calle, ni al jefe, ni al doctor que te dio un diagnóstico equivocado, ni a la suegra, ni a la cuñada, a nadie, todos tienen que estar incluidos en tu aceptación. Ver la espiritualidad completa en el otro es una chamba y sobre todo por esas trampas del ego, pero los beneficios son ENORMES.
Lograr esto por momentos, es lo que se llama instante santo, que por un instante logras vivir ese amor completo, sin juzgar, aceptando totalmente, incluyendo a toda la unidad. ¡Les aseguro que es gozoso!