Por Susana Veloz
Tener una mascota en casa es como una montaña rusa de emociones. Un día, tras la gloria de lograr que no haga sus gracias dentro de nuestra casa, sentiremos de inmediato el peso de la derrota al ver cómo terminó con la comida que dejamos en la mesa o decidió usar nuestros zapatos como juguete.
Así, basculando entre el orgullo y la decepción, muy pocas personas, sin requerir de entrenamientos profesionales y muchas veces costosos, se habrán acercado a lo que soñaron tener como mascota. Y digo “se acercaron”, porque la mascota perfecta NO EXISTE.
Incluso asegurándonos que cuenta con las características genéticas propias de su raza o llevándola a las más prestigiadas academias de entrenamiento, tiene algo que todo ser vivo comparte con nosotros: su propia personalidad.
Jane Goodall, primatóloga y etóloga británica, alguna vez dijo: “No puedes compartir tu vida con un perro o un gato… y no saber perfectamente que los animales tienen personalidades y sentimientos”.
Como nosotros, ellos tienen días buenos y malos. Hay ruidos y olores que les desagradan y otros que los enloquecen. Habrá mascotas cariñosas que puedan pasar todo el día a nuestro lado hasta agobiarnos y otras que se alejarán por un largo tiempo para sólo regresar por alimento y juego.
Muchas veces sus acciones nos tomarán por sorpresa o incluso nos desagradarán. Y otras veces, sin quererlo, nos llenarán de orgullo.
Observarlos detenidamente es un primer paso para realmente conocer a nuestra mascota y saber qué esperar de ella. Pero esto requiere tiempo y tener en mente lo siguiente:
Edad:
Aspirar a tener una mascota juvenil que juegue, brinque y sea simpático toda la vida, es irreal. Todos envejecemos y no todos lo hacemos graciosamente. Nuestra mascota, en su edad adulta o senectud, tendrá cambios no sólo físicos (pérdida gradual de su vista, rigidez, etc.) sino también en su carácter. Se volverá menos activo, más intolerante a ciertas situaciones (ruidos, otras mascotas, lugares o actividades diferentes, etc.) o incluso presente una condición de enfermedad. Démosles su espacio y tiempo, ¿qué acaso nosotros no envejecemos de la misma manera?
Caricias:
Con 4 perros en casa, he aprendido quién de ellos puede tener una sesión interminable de mis cariños (Beto) y quien observa con suspicacia que me acerque, para huir inmediatamente en un salto y un gruñido bajo (Luna). Incluso se a quién le dan cosquillas si tomo sus patas pero le basta un soplo en la cara para correr divertida por el jardín (también Luna).
Ruidos:
El claro ejemplo de esto son las tormentas. Otras veces será el sonido de algo cayendo al suelo, o un vendedor ambulante. Y sus reacciones pueden variar desde tratar de esconderse debajo de la cama o incluso tratar de huir de casa, hasta ladrar incontrolablemente como una fiera.
Visitas:
Todos, en el fondo, desearíamos que nuestra mascota fuera el presidente de comité de bienvenida de nuestro hogar. Muy pocas lo son. El resto, a menos de que sea alguien desconocido y que les cause suspicacia, saltará, lamerá y olfateará donde no nos gusta (no digo “donde no debe”, porque para ellos es normal). Educarlo para que nos escuche y obedezca, no cambiará el hecho de que hay personas que estiman más que a otras y no podría contener del todo sus muestras naturales de felicidad y cariño. ¿Recibimos acaso de la misma manera a nuestros padres que a nuestra pareja? Trabajar en órdenes como “bájate”, “allá” y “sentado” evitarán un descontrol.
Soledad:
Todos necesitamos tiempo a solas. Nuestras mascotas también. Sobre todo, si se encuentran enfermos o convalecientes. A diferencia de nosotros, que buscamos atención en estas situaciones, ellos normalmente buscan la soledad. En la naturaleza, una criatura herida o enferma, es presa fácil. La soledad agiliza también el proceso de sanación. Otras mascotas, sin estar enfermas serán más introvertidas que otras.
Niños:
Esta parte es sumamente importante. No todas las mascotas son como las que vemos en videos de YouTube dormidos junto a un bebé. Para muchas mascotas un niño pequeño es igual a: un olor desagradable, sonidos agudos y golpes o tirones de cola u orejas. Para otras mascotas son un objeto interminable de juegos rudos, jalones y mordidas al corretear. Y es claro quién de los dos saldrá regañado o maltratado en caso de que el niño o niña salga lastimado. Educar a nuestros hijos a NUNCA tocar una mascota que no conoce y preguntar primero si puede hacerlo, no es sinónimo de hacerlos temerosos. Es sinónimo de precaución, respeto y cuidado. Aislar a la mascota mientras nos visita un niño, o pasearlo con correa y lejos de un área de juegos infantiles, nos hace dueños responsables y cuidadosos.
Estos pequeños, pero importantes consejos, no se agotan en una lista tan breve. Cada uno de nosotros como dueños responsables podremos ampliarla hasta donde consideremos. Esto reflejará nuestro amor e interés por nuestras mascotas.
Educar en un principio, y después ACEPTAR que nuestras mascotas tienen una personalidad, hará que nuestros esfuerzos fallidos por obligarlos a hacer algo que vimos en una película o curso por internet, no frustren nuestra relación con ellos o la basen en castigos intolerables. Así habrá dueños más felices y menos mascotas en la calle.