Por Ivonne Orozco
Salía el aroma desde la cocina, la miel de piloncillo rondaba mis sentidos, vi los tres piloncillos que puso mi madre en el agua para hacer la miel. Rebanó 8 teleras de pan y las doró en aceite caliente, después las escurrió en un papel de estraza. Cuando estuvo doradito, en una charola coloco el pan.
Empezó a bañar con la miel, hecha de anís, canela y un clavito de olor y espolvoreó queso añejo, pasas, cacahuate y un poco de nuez.
Así contemplé cómo iba colocando capa por capa. Ya para terminar batió 4 claras de huevo a punto de turrón y envolvió este “Pastelote de panes con piloncillo.” Lo metió al horno durante 20 minutos a 180 grados. Hasta que al fin sacó ese majar que me tenía lamiéndome los bigotes. Nos mandó llamar, nos sentó a la mesa, a mis hermanas y a mí y nos sirvió un trozo de este delicioso aroma hecho realidad.
Mi madre dijo altiva: “Este postre sólo lo comerán unas cuantas veces por año. Es un postre tradicional que se prepara en semana santa. Demos gracias por las bondades de Dios y comamos.”
En silencio las tres comimos, cerramos los ojos: ¡estaba riquísima, era deliciosa! Mi mente pensó en la imagen del Cristo que vi en la iglesia. En el silencio y la crueldad humana. Desde entonces es una tradición en casa hacer capirotada cada semana santa.