Por Dona Wiseman
No me gusta la palabra “disfrutar”. Las voces sin alma la profieren incesantemente, como una orden lanzada con el objeto de perturbar la paz. Mi paz. Yo así estoy bien, serenamente asombrada ante el amplio menú puesto en la mesa de mi vida. Mis ojos se abren más y más, bebiendo cada sorpresa.
No confío en los que buscan “disfrutar”. La palabra le queda muy pequeña a la profunda satisfacción y agradecimiento que siento. ¿Por qué aceptaría algo tan pequeño?
No, creo que pequeño no es la palabra adecuada. “Común”, eso es. Me parece común. Sobre-usado y sobre-exigido. Es como el “lugar común” tan temible para los escritores. No me gusta el lugar común.
¿Qué es lo que me molesta de esto de “disfrutar”? Explico. Hace muchos años trabajaba en terapia con una mujer a quien le sobraba algunos kilos. No en exceso, pero era un tema para ella porque su madre insistía en hacer notar que mi paciente era gorda. Se había suscitado una de estas luchas tan frecuentes entre padres e hijos en las cuales el hijo (en este caso la hija) sabe que el padre (en este caso la madre) tiene razón hasta cierto punto, e incluso desea lo mismo, pero en que la rebeldía ante el hastío del disco rayado en que se ha convertido el padre hace que reaccione de manera inversa. Entonces, esta mujer decía (en cada sesión) que tenía que aprender a disfrutar haciendo el ejercicio que le hacía falta. Vaya. Un día, decidí reaccionar ante la declaración, repetida ya por enésima vez. Le pregunté a la mujer qué sucedería si, en vez de exigirse el disfrutar del ejercicio, simplemente lo hiciera. Así, sin más. Se me quedó viendo con cara de – ¿Cómo? – Repetí. Y agregué que se me hacía suficiente exigencia hacer el ejercicio, ¿para qué exigirse aparte el disfrutarlo?
Hay cosas que no nos gustan. A mí no me gusta levantarme en la mañana. A alguien no le gusta lavar platos, o planchar, o bañarse, o manejar, o hablar por teléfono. Pero hacemos todas estas cosas. No sé los demás, pero si espero disfrutar de levantarme en la mañana jamás me voy a levantar. Si disfrutar es una condición previa para poder hacer o lograr cosas… caray, ¿ya ven por dónde voy?
Y, regresando al principio de esta columna, si trato yo (conste que esto es mío) de aplicar la palabra “disfrutar” a lo que experimento cuando algo me gusta, me llena, me impacta, me agrada, me… queda pequeña la palabra, y para mí el concepto. Escucho a personas hablar de disfrutar y me parece hueco su discurso, sin alma. Hay personas que conocen mi mal humor matutino y me dicen que debo levantarme con una sonrisa y a disfrutar cada día y cada minuto y blah, blah, blah…
Yo les digo que si supieran cómo mi alma se mueve profundamente ante la vida, si supieran con qué dedicación y pasión (independientemente de la emoción) vivo cada momento, si supieran cómo vibro escuchando las aves que viven en el pequeño ecosistema del patio trasero de mi casa, si supieran la satisfacción callada que siento ante la poesía y la música, si conocieran mi mundo interno, cesarían de darme instrucciones de sentir algo tan pequeño y sin sentido.
Estoy segura que cada una de nosotras tenemos un tema de este tipo. Mi intención es alentarlas a explorar sus temas y a conocerlas. Saber por qué reaccionan ante ciertas cosas de una manera específica. ¿Por qué te gusta lo que te gusta? ¿Por qué te disgusta lo que te disgusta? ¿Qué te está pasando cuando algo te choca o choca contigo? Y, en mi caso, no es que las personas que “disfrutan” estén mal, solo que no es mi manera de expresar lo que creo que esas personas quieren sentir.
Propongo que hagamos lo que tenemos que hacer sin mayores exigencias. Simplemente hazlo, sin más, y “disfruta” lo que realmente “disfruta”.