Por Kim Dewey
Esta semana comparto una de las experiencias más poderosas de mi vida. El nacimiento de mi hija. Justo hace cuatro años nos enterábamos que estaba embarazada. Empezaba la aventura, nada me/nos podía preparar para lo que venía, para la revolución que recién empezaba.
Este es solo un pedacito de esa revolución, la historia de mi parto. La escribí unas semanas después de dar a luz. Hace casi tres años y medio. Hoy la vuelvo a leer y me llena de poder, la leo emocionada, ilusionada, agradecida, mientras un nuevo ser cósmico crece dentro de mí y vuelve a ponerme en contacto con la sabiduría de mi cuerpo y el misterio y maravilla de la vida. Aquí va de nuevo, nuestra historia, compartida desde el corazón y el útero.
El nacimiento de Sara
Todavía siento el poder y magia del parto. Me siento orgullosa de mí misma y orgullosa de mi hija, agradecida por tener a mi lado un hombre que confió plenamente en nosotras, y por tener la guía y soporte de mujeres sabias y comprometidas acompañándonos.
Comparto mi experiencia con mucho cariño y agradecimiento, pues yo también me inspiré, aprendí y nutrí de la experiencia de otras mujeres.
Sara nació el 24 de noviembre por la mañana en San Cristóbal de las Casas, Chiapas; México.
La fuente se me rompió el 23 en la madrugada. Al principio no estaba segura si era la fuente o no, pues no fue un chubasco de agua, si no apenas chorritos de agua cada tanto, además no había tenido contracciones y recién cumplía la semana 38. Ya no pude dormir, me quedé despierta y esperé, dentro de mi sabía que todo estaba bien. Agus, mi esposo, esa mañana se levantó más temprano de lo normal pues tenía que viajar a Tuxtla, apenas lo vi y le dije: “Hija ya va a llegar” (todavía no sabíamos su nombre). Silencio, risas, abrazos, emoción. Al amanecer le hable a Cristina, nuestra partera, y ella me lo confirmó. Me dijo que estuviera tranquila y me mantuviera hidratada, la bebé ya estaba de término y lo más seguro era que el trabajo de parto iniciara en 12 o 24 horas.
Por sincronía del destino, esa misma mañana llegaba mi hermano Oliver de Monterrey, venía a pasar el fin de semana con nosotros y tomarme las últimas fotos embarazada. A media mañana nos encontramos para desayunar en uno de mis restaurantes favoritos del centro de San Cris y al encontramos le di la noticia: la sobrina cósmica lo había traído para estar con nosotras en su nacimiento.
Pasamos la mañana caminando por el centro, yo con toalla sanitaria porque cada tanto chorreaba, pero feliz y llena de energía. Fuimos al tianguis de compras, nos encontramos con Lety, nuestra doula /aprendiz de partera, parte del equipo que me acompañó durante el embarazo y estaría durante el parto y a quien Cristina ya le había hablado y sabía que estaría de parto pronto. Platicamos, nos abrazamos, me dio ánimo y confianza. Más tarde también vimos a Cristina, controló mi presión y escuchamos el corazón de la bebé. Estaba todo bien. Volvimos a casa, preparamos un caldo de verduras, comimos rico y descansamos. Ahora solo era esperar.
Agus llegó a casa por la noche, lo estábamos esperando, pues apenas llegó nos fuimos a acostar y pronto me despertaron las primeras contracciones. Eran las 2:00am del 24 de noviembre, justo 24 horas después de que rompiera fuente. Las contracciones fueron primero muy suaves, pero al poquito tiempo ya no podía estar acostada, me levanté y me senté en la cama. Le mandé un mensajito a Cristina, quedamos que la mantendría al tanto y hablaríamos más tarde. Al ratito Agus también se levantó y empezó a tomar el tiempo de separación de cada contracción. Cuando se volvieron más seguidas, 3 cada 10 minutos o algo así, llamó a Cristina, despertó a Oliver y le pidió que llamara a la familia. Era tiempo.
Hasta ese momento no le habíamos dicho a nadie, no quería que hubiera ningún tipo de presión ni expectativas.
Para las 3:30am ya estábamos todos: Agus, Cristina, Lety, Oliver y yo. El espacio perfecto, música, luz tenue, caliente y acogedor. A partir de ahí perdí noción del tiempo. El trabajo de parto no paró más. Cada vez venían contracciones más seguidas y más fuertes. No hubo más breaks o descansos largos, sólo algunos minutos entre cada ola que iba y venía.
Estuve un buen rato sentada en la pelota, balanceándome y vocalizando, “Aaaaaaaa…” con Cris acompañándome y Agus sosteniéndome por la espalda. Después pasé a apoyarme de cuatro en el sillón, otros momentos colgada de Cris o de Lety, y otros metida en el baño con Agus. Moviéndome, vocalizando, respirando, todo el tiempo. Así pasaron horas, que para mí ni existieron.
Entre las sensaciones que eran cada vez más intensas, me sorprendió sentir y reconocer a mi hija desde adentro moviéndose y abriendo camino ella también. Ahí recordé las palabras de una querida amiga y doula, Eli, quien unos días antes me había llamado por teléfono y me había dicho algo así como “tu bebé y tú son un equipo, comunícate con ella, trabajen en equipo.” Fue muy revelador para mí en ese momento y todavía lo es hoy el reconocer que no era sólo yo pariendo, también mi hija naciendo. Ella estaba presente y activa haciendo su parte. Éramos un equipo.
Hubo un momento, cuando las contracciones se volvieron cada vez más seguidas, más fuertes y empezaba a sentirme muy cansada, que entró la mente con sus dudas. Pensé: ¿por qué elegí eso?, ¿por qué, por qué, por qué?, no sabía cuánto más podía aguantar, le dije a Agus: “¡Me duele mucho!”, casi llorando. Pero me di cuenta que al externalizarlo, al decir “me duele” en voz alta, el dolor se hacía más real, como si tomara fuerza. Así que, en ese momento, volví a respirar, a exhalar por la boca y vocalizar. Necesitaba disolver ese pensamiento y mantenerme presente, sólo sentir, dejar que el dolor llegara y pasara. Cada contracción me acercaba más a conocer a nuestra hija.
Fuimos muy afortunadas, tuvimos la mejor compañía, la mejor guía y apoyo. Agus siempre en calma, apenas me decía algunas palabras de ánimo, masajeaba mi espalda baja y me sostenía. Lety masajeaba mis piernas y en ratitos me daba para tomar un poco de té. Cris presente, en silencio, conteniendo el espacio, transmitiéndome confianza en todo momento, guiándome a respirar. Oliver acompañando también desde su lugarcito y en silencio (¡ni me di cuenta en qué momento tomaba fotos, pero sacó fotos hermosas!) y todos vocalizando conmigo.
En un momento vi por la ventana un filito de luz, me di cuenta que amanecía. No tenía idea cuánto tiempo había pasado. Cristina me preguntó si quería meterme a la tina de baño que ya estaba lista. Entré a la bañera, el agua calientita y la ligereza de poder soltarme ayudó a relajarme y sacar presión de mi sacro. Me acomodé sentada recargada hacia atrás, Agus por fuera sosteniéndome la cabeza y los hombros.
Las contracciones continuaban, fuertes, respiraba. Y otra vez, la mente volvió: Le pregunté a Cris: “¿Cuánto falta?, ¿Cuánto he dilatado?” Sólo recuerdo que con toda calma me dijo que todo iba bien, creo que también me dijo que la única forma de saber era haciendo un tacto, lo cual yo sabía que de no ser necesario era mejor evitar. Así que solo regresé a respirar. Su energía tranquila también me tranquilizó a mí. Además, no había mucho espacio para pensar: las olas seguían y me llevaban hacia adentro, profundo, fuera de la razón. Dentro de mi yo también sabía que todo estaba bien, y confiaba totalmente en mis parteras, sabía que ellas nos comunicarían cualquier cuestión que surgiera.
Agus se metió a la bañera conmigo, fue muy reconfortante recargar mi espalda en él y tener contacto. Después de un rato Cristina me sugirió acomodarme en alguna postura en vertical. Creo que ella sabía que ya venía bajando la bebé, pues al cambiar mi posición, hincada sobre una pierna y el pie apoyado de la otra con el torso derechito fuera del agua la energía en mi cuerpo cambió, las sensaciones cambiaron.
No sé cuánto tiempo más pasó, cuando comencé a sentir cada vez más presión hacia abajo. Me acomodé en squat, pies en la tierra, espalda derecha, rodillas separadas, Agus frente a mí. Me recargué hacia delante con mis manos sobre sus piernas.
Entonces sentí el aro de fuego, y es así, literalmente como su nombre lo describe: la sensación de un aro ardiendo en la vagina. Sabía que era la cabecita de mi bebé empujando hacía afuera, mi cuerpo se abrió y la sentí con mi mano entre las piernas. Emocionada le dije a Agus, “¡es su cabecita!”. Calma. Silencio. En unos pujos más (ni idea cuántos, ni cuánto tiempo pasó) salieron sus hombritos, espalda, y finalmente sus piernitas – esto me lo platicó Agus después, pues él estaba frente a mi- Bajé la mirada y vi a mi bebé dentro del agua con los ojos abiertos y sus brazos y manitas abiertas. La tomé y la traje a mi pecho, piel con piel, toda arrugadita, hecha bolita con sus piernitas recogidas. “¡Bienvenida!” le dije. No puedo describir la sensación de tenerla ya en mis brazos. Nos quedamos en la bañera, maravillados, los tres despiertos, los tres juntitos, Agus, Sara y yo. Nuestras queridas parteras, Cris y Lety conteniendo el espacio y el tío Pilo presente y retratando este momento mágico.
Se creó un espacio y tiempo sólo nuestro, solo calma, sin ninguna intervención. Sara aprendiendo a respirar, ella solita, yo deshecha de amor y cansancio, feliz absorbiendo el momento. No cambio por nada el haber sentido en cada célula de mi cuerpo la vida abríendose paso, la emoción, el dolor, la calma, el soltar, el confiar, sentirla a ella y el haber estado despierta y presente con todo mi ser para recibirla en su llegada al mundo.
Después de un rato parí la placenta, completita, roja, brillante, la compañera de mi bebé quien la nutrió por 38 semanas y un día.
Más tarde salimos de la bañera y ya sequitos, nos acostamos los tres. Agus sostuvo en sus brazos a Sara, quien continuaba atenta, con sus hermosos ojos abiertos y todavía conectada a su placenta, mientras Oliver me traía un caldito de verdura y tortillita de maíz.
Una vez que el cordón umbilical dejó de latir, Agus lo cortó. Lety me preparó un batido-medicina de fruta y placenta delicioso. Cristina pesó y midió a nuestra hija. Perfecta. Pasamos el resto del día juntos solo los tres. El inicio de una nueva vida.