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¿Por qué a veces nos sentimos tan culpables?

Por Alex Campos

 

Me encuentro sola en el baño, cierro la puerta, deseando no arrepentirme de haber entrado al y atreverme a cerrar la puerta para tomar un respiro profundo… ¡qué osadía la mía!
Hace mucho tiempo no escucho mis pensamientos sin el eco de una vocecita pidiendo mi atención.

Han sido días pesados que, aunque no han traído ninguna novedad, más allá de gripas, alergias y muchos estornudos, me han dejado agotada y deseando poder regresar a mi rutina…

Con tres niños pequeños en casa, es normal que tomen turnos para contagiarse cualquier virus o gripa que haya decidido instalarse en el pequeño cuerpecito de alguno de mis niños, así que una vez que alguno de ellos se enferma, tomo una bocanada de aire, cierro mis ojos y me preparo mentalmente para menos horas de sueño, dejar mi rutina de ejercicios por unos días (si es que tengo suerte) y para las inevitables horas pompa esperando a que el pediatra pueda revisarlos.

No puedo evitar sentirme culpable, por el simple hecho de querer escaparme sólo por cinco minutos para tomar una mini, pero muy revitalizante siesta.

Cierro mis ojos, intentando pedir a mi más profundo yo, una dosis extra de energía y de paciencia.

Los ánimos se han agotado a lo largo del día, la creatividad no fluye ya tan fácil y las ganas de mantenerme positiva son casi nulas… aun así, quedan unas cuantas horas para que sea momento de que los niños se vayan a la cama.

¡Cómo deseo tener, aunque sea 1 hora exclusivamente para mí! ¿Para qué? ¡Para dormir! O mejor para ver alguna serie de las que están de moda, no, creo que lo que necesito es simplemente acostarme en mi cama y ver al techo… se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos…

¡Mamá! ¡Mami! Esa vocecita me asusta los pensamientos y de pronto caigo en la cuenta que llevo más de 1 minuto dentro del baño a puerta cerrada y que afuera hay pequeñitos revolucionarios tomando el control de la casa!

Abro la puerta y me llevo la mano al pecho como buscando tranquilizarme luego de saber que todo está bien, no hubo heridos, hay saldo blanco… pero sorprendo al mediano de mis hijos con una crayola a la mitad, lo que no es buena noticia.

Salgo corriendo en busca del pequeño recuerdito con toque artístico que seguro dejó mi pequeñito, echo una rápida mirada a las paredes, al piso, al sillón… ¡Fiuf! Me siento aliviada, sólo me toma unos segundos pensar…”¿y la otra mitad de la crayola?”

No tardé mucho en encontrarme con que el más travieso de la casa ha decidido tomarse un pequeño snack de crayola morada. Ya sabrán lo que sigue, una loca mujer metiendo el dedo hasta tocar la campanilla de la boca de mi hijo para sacarle los trocitos de crayola, ¡qué tosca mujer! Esa mujer soy yo, pero en modo “emergencia”.

Al final del día estoy agotada, pues especialmente hoy, me tomó un poco más de esfuerzo consciente el no perder la paciencia con esas diminutas personitas que sólo tienen de misión divertirse.

Nada saben ellos de las millones de obligaciones que de pronto abruman, de preocupaciones de adultos, de cansancio emocional y de todo lo que involucra el “ser mamá “.

Me encuentro sentada en la estancia, en mi turno de velador, vigilando que los dos grandes estén dormidos ya.

No puedo evitar sentirme culpable porque no pude llevar a mi niña grande a la fiesta de cumpleaños a la que fue invitada, no la llevé porque sentía culpa de dejar a sus otros dos hermanitos que han estado enfermitos toda la semana.

Hoy es uno de esos días…

Hay días que la culpa se asoma por la ventana, le digo que no fue invitada y se retira muy entendida de que no es grata su visita en mi casa.

Pero hay otros días, que la culpa no se quiere ir, se cuela por los más pequeños orificios de mi ser y logra su cometido: mortificarme. Me mortifica porque se me hizo un poco tarde por la mañana y tuve que pisar el acelerador para llegar a tiempo, no me perdonaría que le cerraran la puerta a mi pequeña.

Me mortifica porque se me pasó la hora del medicamento de los niños, me mortifica porque he negociado con ellos un chocolate a cambio de que se porten bien.

La culpa se pone muy contenta, cuando los típicos berrinches de una pequeñita de 4 años y las pocas horas de descanso, lograron que mamá perdiera la paciencia y la regañara como no quería hacerlo.

Es de noche, y mi cama luce sumamente tentadora, coquetea conmigo, pero la culpa se ha colado hoy por la ventana. Me apresuro a acostarme a un lado de mi pequeña, que duerme tranquilamente, la abrazo fuerte y la lleno de besos, le digo que la amo y que ella es muy buena niña, le pido perdón por perder la paciencia, ella esboza una sonrisa y continua con sus ojitos cerrados.

Sé que me está escuchando y en ese momento la culpa sale huyendo.

Hay días que la culpa nos agobia, días en los que sentimos que somos las peores mamás del mundo, que si nos calificaran por el trabajo realizado nos pondrían “deficiente”.

Hay días en los que la energía se agota, llega la frustración porque el tiempo no alcanza y la tan mencionada culpa, hace de las suyas.

No sé tú, pero yo no voy a dejar que la culpa gobierne mi día, ya puse un letrero en la puerta que dice “visitante non grato”, y si intenta escurrirse por la ventana, se topará con que ya puse candados y la he tapado sólo para evitar su entrada.

Me he propuesto esto, porque he encontrado que todos los días me despierto pensando en que daré mi mejor esfuerzo por hacer felices a mis hijos, en que seré la mejor mamá para ellos. Me he dicho a mí misma, que me permito equivocarme cuantas veces sea necesario, mientras yo sepa que lo hice intentando dar lo mejor de mí.

Encontré la píldora que debo tomar, si hay alguna noche en la que el corazón me duele porque levanté la voz o regañé a mis pequeños y perdí el autocontrol, ¿y sabes qué?: la píldora es gratis, se llama “perdón”. Me doy una dosis grande y luego pido una para mis pequeños, lo maravilloso es que estoy sembrando una semilla en ellos.

Saber pedir perdón será un gran legado que me permitiré dejarles a mis hijos.

Hasta nunca horrible culpa, tal vez te asomes de pronto, te agradezco porque ese vistazo que echas a mi ventana me invita a reflexionar, pero no te invito a pasar, porque tu trabajo ya está hecho, no necesito más de ti. Reflexiono, aprendo, actuó y sigo con mi cometido de amar profundamente a mis revolucionarios en pijama.

Alex Campos: Lic. en Comunicación por la Universidad Del Valle de México. Conductora en diferentes facetas, actualmente presentadora de noticias. Apasionada de la escritura y enamorada del arte de ser mamá. Mamá de Samantha, José Antonio y Rafael.
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