Por Ivonne Orozco
Las cocinas saltillenses se llenan de un luto repleto de sabor y tradiciones.
La flor de palma deja caer sus hojas en cazuelas de barro, los orejones al sol se confunden con las cactáceas.
Los chicales y el pipián; la capirotada, el caldito de pescado. Los creyentes se juntan en casa para cocinar, platicar y degustar. El jueves, como cada año, se nubla por las tardes, el silencio de la procesión, la corona de espinas se acompaña de nopales en chile colorado. Cada receta volverá con el tiempo, cada ingrediente llegará con el viento de la próxima semana santa. El culto a la fe y a la reflexión se da en la mesa; compartir, dar y servir.
En una energía casi universal, que atrae pensamientos de misericordia para los que creemos, para los que oramos, pareciera que también atraemos el fuego de las cocinas de leña de los ranchos.
Hay una cadena invisible de pensamientos y una cadena visible de comidas en la gran mesa de la fe y la promesa que vendrán otras vidas y que hay un paraíso al cual todos seremos invitados.
¡Que salga del mar extinto del desierto el camarón seco y el pescado! ¡Que se multipliquen esta Semana Santa!
Haz la receta que más quieras, la que te recuerde la mesa grande, donde se disfrute con unidad el pan y la sal que Dios multiplicará.