Reflexionar sobre las consecuencias que tienen sobre nuestra vida los prejuicios con que vivimos, y mejor aún, los eliminamos, podremos vivir más en armonía, gozo, paz y felicidad.
Por Mayte Cepeda
Recién salí de mi oficina para recibir en la recepción unos documentos. La persona que los trajo tal vez esperaba ver salir de esa puerta burócrata a una persona entaconada con traje sastre, lentes, semblante sobrio, cara de enojo y no sé qué más. Para su sorpresa, salió una persona en tenis, jeans un poco rotos, dos trenzas y semblante nada sobrio. El recorte visual de ella hacia mí fue parejito de pies a pelo y hasta risa me dio. Procuré quitar esa energía y ambiente denso que mi recortante provocó y le sonreí con un “hola buenas tardes, gracias por los papeles, que tengas lindo día, bye”.
Resulta muy fácil caer en las trampas de juzgar con tan solo una primera impresión. Y no sabemos todo lo que pueden generar esos falsos juicios que nuestra mente crea.
Vivimos en un mundo en el que las tendencias y los estereotipos marcan la pauta o ritmo que debemos seguir respecto a algo en específico. Si eres sacerdote, tienes que ser serio, nunca quitarte la sotana, no tomar alcohol, no fumar, comer en medida y prudencia, no desvelarte. Y si te ven echándote unos tequilas, ¡zaz! eres mal sacerdote. Si eres maestra de preescolar y tienes uno que otro tatuaje, cuidado con que te los vean los padres de tus alumnos, porque seguro pensarán que eres una pésima influencia para sus críos. Y eso que no te conocen.
Prejuzgar siempre ha estado de moda. Opinamos y soltamos juicios de nuestra propia autoría sobre algo o alguien, antes de realmente tener las bases o el conocimiento previo sobre lo que juzgaremos o incluso sin que alguien nos haya pedido opinión alguna.
Las etiquetas que ponemos a situaciones, cosas y personas, son solo eso: etiquetas. Y que yo sepa, las etiquetas pueden ser de papel, mojarse, romperse y quitarse. Eso mismo creo que podríamos hacer con las etiquetas y prejuicios que construimos respecto a las cosas que se supone que deben ser de determinado modo. Creo que esto va mucho de la mano con la evolución de la misma sociedad. No es lo mismo vivir en Saltillo a vivir en Ámsterdam, eso es un hecho. Sin embargo, no creo que tengan que mudar una ciudad entera a otro lugar, solo para abrir bien los ojos y ver que las cosas pueden ser diferentes a como pensamos que deban ser, y no por eso pensar que están mal o merezcan nuestro juicio.
Necesitamos reflexionar más sobre las consecuencias que tienen los prejuicios que construimos en nuestros propios campos energéticos y en lo que éstos pueden expandirse. ¿A qué me refiero? Si yo voy por ahí discriminando y juzgando personas y cosas, automáticamente voy creando una nube de energía negativa e innecesaria. Esa negatividad se queda inmersa en mi parte energética, invadiendo pensamientos, emociones e incluso desencadenando malestares. No hay posibilidad de sentirme en paz, gozo, armonía y tranquila conmigo misma, si lo que sale de mí es negativo. Como es adentro, es afuera.
Cuando hay hijos alrededor, sin darnos cuenta se convierten en una especie de esponjitas que de todo lo que consciente e inconscientemente ven y escuchan, van creando sus propios patrones de conducta, y puede ser que eso mismo forje su manera de ver y “juzgar” al mundo que les rodea.
De ahí la importancia de tener las precauciones necesarias respecto a lo que decimos y frente a quién lo hacemos. No sólo por nosotras, si no por lo que puede desencadenarse si alguien se nutre de nuestras palabras y acciones. ¡Namasté!
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