Ser parte de una tribu de madres y mujeres compañeras sosteniéndonos unas a otras, de la forma más sutil y profunda, hace más fácil la gran responsabilidad de ser mamá.
Por Kim Dewey
Me convertí en mamá en una pequeña ciudad al sur de México. Pasamos de ser dos a tres, lejos de nuestras familias. Al estar solos aprendimos a “arreglárnoslas”. Entre los tres creamos nuestras propias dinámicas familiares. A la distancia tuvimos la libertad de hacer y deshacer sin presiones, ni demasiadas opiniones, cosa que en tema de crianza es importante. La distancia de lo que “debe ser” me permitió ser mucho más intuitiva en la forma de criar a nuestra hija y al momento de tomar decisiones. Por otro lado no había abuelos, ni tíos o tías, nada de “te encargo un ratito al bebé”, ni una salida al cine en dos años. Literal. Sin familia cercana, éramos solo nosotros. Pero eso sí, tenía mi tribu.
Un pequeño grupo de madres con las que viví el caos y cotidianidad de la maternidad, algunas que nos conocíamos desde embarazadas, otras quienes nos fuimos conociendo a través de los hijos, muchas de ellas viviendo una situación similar a la nuestra: familias pequeñas, lejos de sus familias y algunas lejos de sus países de origen. Madres con quienes compartí platicas, reuniones, dudas, experiencias y después los cumpleaños de las crías. Tuve la gran fortuna de encontrarme con una tribu de mamás canguro y mamás lecheras: portear, compartir tetadas e intercambiar remedios caseros e historias de desvelos se convirtieron en cosa de todos los días. Y aunque podían pasar días o semanas sin vernos, ahí estábamos, la red estaba hecha. Me sentía parte del mundo materno del pueblo y me movía como pez en el agua con la hija cargada en mi espalda. Nuestras parteras siempre estaban cerca, saludarlas y encontrarlas por la calle era un boost al corazón. Me encontré con mujeres viajeras y aventureras, mamás y no mamás pero que hablaban mí mismo idioma y tenían ese sentido empático hacia mí: mamá primeriza, desvelada y con ganas de salir y platicar.
Más adelante tuvimos la fortuna de coincidir con mi hermano y su esposa por unos meses en el pueblo, con ellos disfrutamos un destello de apoyo familiar cercano, ¡lo máximo! Así, sin querer y de forma natural era parte de una tribu de madres y mujeres compañeras sosteniéndonos unas a otras, de la forma más sutil y profunda.
Fast forward unos meses y ahora estoy en un país que no es el mío. Mucho más lejos de mi familia. Lejos de la tribu con la que me hice madre, lejos de mis lugarcitos y espacios maternales. Por primera vez en la vida sentí la falta de “hacer tierra” y la falta de conexión. Me di cuenta que no todo es cuestión de saberse adaptar. Viajar y moverse sola o en pareja es fácil, lo conozco, lo hice varias veces. Llegar a un lugar nuevo con una pequeña hija es otra cosa. La tribu es necesaria, y cuando no existe queda un hueco. Detalle que no me pasó por la mente cuando decidimos viajar al otro lado del mundo para estar cerca de este lado de la familia. Sí muy conscientes del gran cambio que esto representaba y el reto que venía con volver a empezar en un lugar nuevo, pero no vi venir que iba a ser tan difícil ser mamá “recién llegada”, sin conocer a nadie y en medio de un entorno completamente nuevo. Sé que es solo cuestión de tiempo, pero reconozco que no es nada fácil ser mamá sin tribu. Ha habido más días de lo que me gustaría admitir en los que quiero volver a la seguridad y rutina de mi vida pasada o de plano correr a casa de mi mamá, hacerme bolita y que me prepare de comer y me apapache. No tiene nada que ver con disfrutar del nuevo lugar o ver el lado positivo de la experiencia. Grandes cambios vienen con grandes retos y grandes lecciones, con nuevas formas de ver el mundo y una sensibilidad que se agudiza.
En este momento no puedo más que reconocer y honrar a todas las mamás que por diferentes razones están lejos de su tribu o lejos de su familia o de su país. A todas las madres que inician o iniciaron una nueva vida, a las que se animaron a salir de su zona de confort con una cría en sus brazos. De todo corazón agradezco a todas las mujeres que de este lado del mundo me han acogido, sonreído, me han sacado plática y me hacen sentir un poco más en casa, desde la señora de la verdulería hasta la mamá del jardín de mi hija. Esta experiencia me ha mostrado claramente el valor del apoyo entre madres y la necesidad de nutrir, empatizar y construir lazos entre nosotras.
Artículo tomado de nuestra edición impresa.
Claudia
✨Te entiendo perfecto! Y me empodera saber que no soy la única que se ha sentido así; tengo 8 meses viviendo en España y me este srrículones como si yo lo hubiera escrito… ✨
Claudia
✨Te entiendo perfecto! Y me empodera saber que no soy la única que se ha sentido así; tengo 8 meses viviendo en España y este artículo es como si yo lo hubiera escrito… ✨
Un abrazo de Bilbao hasta donde estés! #noestamossolas