No hay matrimonio perfecto, pero si hay matrimonios sanos y el resultado son hijos felices y seguros. Se escucha fácil, pero en la práctica cotidiana es un poco más complicado, sin embargo, nada es imposible con amor.
Por Alex Campos
Hace mucho escuché una frase que hoy en día no dejo que salga de mi mente. Unos buenos amigos, estudiados en el tema de consejería, me dijeron alguna vez: “Matrimonio sano, hijos fuertes”.
Ser mamá es una de las tareas más complejas que las mujeres logramos ejecutar aún sin un manual de instrucciones, y es más compleja cuándo nos volvemos conscientes de que en los primeros años el corazón de nuestros pequeños es material moldeable, muy frágil y dispuesto a que lo formemos fuerte y sano… y espero se entienda que no hablo de darles verduras y una buena alimentación, porque eso es lo básico que todo ser humano necesita, cuando digo corazones sanos me refiero a criar niños felices y seguros, cuando no eres madre esto se oye fácil.
Apenas nos entregan a nuestro bebé en el hospital y nuestra vida ya cambió por completo, la percepción de nosotras mismas cambia, también se modifica nuestro cuerpo, nuestra alma y por consecuencia nuestra relación con el mundo entero.
Cuando digo “con el mundo entero” lo primero que recuerdo es cómo cambio mi relación con mi esposo luego de la llegada de cada uno de mis hijos. Y me gustaría contar historias de príncipes y princesas, y el tradicional “vivieron felices para siempre”, pero no fue así. Tener un hijo implica que ya hay una línea intermedia en la ecuación o una cereza en el pastel, un peso extra en la balanza en donde el equilibrio es el elemento más buscado y el más difícil de encontrar… y es que ya nada será igual: el tiempo, la energía y nuestro corazón se dividen.
Para mí el nacimiento de cada uno mis tres hijos fue diferente y así cada llegada fue moldeando mi matrimonio como un escultor a sus obras maestras.
El primer año de un bebé es un éxtasis total para los dos nuevos papás, fotografiamos cada instante, celebramos hasta la más mínima hazaña de nuestros retoños y, en algunos casos, la cama donde dormían dos de pronto se convirtió en cama de 3.
Desde que escuché esa frase con la que comencé este escrito “Matrimonios sanos, hijos fuertes”, inició mi convicción y la de mi esposo por volvernos los personajes principales de este cuento llamado “familia”.
Y es que no hay mejor aprendizaje que el que te brinda un hijo, tal y como hizo nuestra pequeña en sus primeros años de vida. A veces pienso que los primeros hijos son como conejillos de India, con ellos experimentamos, aprendemos, ensayamos y repetimos el proceso.
Puedo recordar perfectamente discusiones intrascendentes que, para nosotros, papá y mamá, no tenían importancia, pero para ella, nuestra pequeñita, terminaban siendo un motivo para cambiar su comportamiento, sentirse confundida, en ocasiones hasta temerosa, pues los dos seres que ella más ama estaban en desacuerdo, enojados o distanciados por algún motivo.
Es ahí cuando entendí que a mi hija le daba seguridad el amor que ella a su corta edad lograba percibir entre papá y mamá, el trato que nos dábamos, la manera de hablarnos, y podría decir que hasta un regaño o lección apoyada por ambos y no sólo por uno.
Hoy soy ferviente seguidora de esa ideología, pues además miles de veces me he puesto a pensar que un día mis hijos emprenderán el vuelo y entonces sólo quedaremos él y yo. He pensado en que no quiero silencios incómodos, una relación empolvada y dos desconocidos que criaron hijos juntos en el mismo techo.
Es un hecho, no hay matrimonio perfecto, pero si hay matrimonios sanos, con etapas de prueba, de retos, de desequilibrio, de crisis, de amor, de equilibrio, de servirse el uno al otro, de amistad, de reencuentro, de pasión… miles de altas y bajas que hacen del matrimonio la experiencia más fascinante, difícil, retadora y multifacética que existe.
En cada una de estas etapas, buenas o malas, quiero estar consciente de que el amor no es ese sentimiento que las novelas y películas describen, el amor es una decisión que tomo cada mañana, conscientemente, de buscar motivos de por qué SI respetar, seguir, amar y buscar el equilibrio con él, el padre de mis hijos.
Por eso nunca olvidaré las frases más sabias de este tema que algún día me compartieron y me ayudan a mantener el enfoque.
El amor, el respeto y el perdón ayudan a mi hogar.
El buen trato entre mi esposo y yo son la prueba visual de estabilidad que mis hijos necesitan para sentirse seguros.
Como yo trate a mi esposo y él a mí, mis hijos tratarán a sus parejas algún día.
Somos él y yo… y luego los hijos.
Cuando siento que hay distanciamiento busco en mis recuerdos los buenos momentos.
Siempre habrá diferencias y hacerlo dramático no ayudará, si no buscar cómo resolverlo.
Quién tiene la razón carece de importancia cuando dejo de pensar en mí y pienso en el tiempo y la energía que pierdo.
Cada que lo necesito recuerdo que mis hijos son nuestro reflejo, y quiero que ese reflejo sea nuestra mejor versión.