Las mujeres siempre han sido sanadoras. Ellas fueron las primeras médicas y anatomistas de la historia occidental... Las mujeres fueron las primeras farmacólogas con sus cultivos de hierbas medicinales, los secretos de cuyo uso se transmitían de unas a otras. Y fueron también parteras que iban de casa en casa y de pueblo en pueblo...
-Barbara Ehrenreich y Deidre English
Por Kim Dewey
La partería pudiera ser, si no es que ya es, la profesión más antigua de la historia de la humanidad. Desde siempre las mujeres han acompañado a otras mujeres, siempre han estado ahí: las abuelas, las curanderas, las comadronas, las madrinas, las mujeres sabias, las brujas. Apoyando, conteniendo, alentando, cuidando, sanando, “haciendo tierra” para la mujer en el proceso de dar vida, desde su embarazo, el parto y el postparto.
Aunque pareciera algo lejano en nuestro mundo, dominado por un sistema calculador y frío, estas mujeres parteras siempre han estado y están más vivas y activas que nunca, y una vez que las conoces y tienes contacto con ellas, el hilo que teje esa herencia ancestral femenina se siente. Se siente la conexión, la empatía, algo muy familiar y un reconocimiento profundo de complicidad.
En días pasados se celebró el día internacional de las parteras y quiero compartirte mi experiencia y el impacto profundo que tuvo en mí convivir, estudiar y parir con parteras. Un encuentro que cambió mi vida y transformó completamente mi visión del embarazo y la maternidad para siempre.
Nunca fue mi plan adentrarme en el mundo de la partería. Nunca fui niña de soñar con tener hijos ni jugar con muñecas, el mundo maternal no era algo que me llamara la atención. Ahora reflexionando creo que más bien era que lo que conocía hasta ese momento no me inspiraba ni removía para nada.
Fue muchos años después, a través de mi esposo, que conocí por primera vez a una doula, la mujer que acompaña a la mujer embarazada. Creo que primero la escuché en radio, hablaba de parir en paz, del parto como un evento de poder y transformación, de la energía sagrada de la mujer embarazada y el nacimiento, y de la importancia del acompañamiento para la mujer en su trabajo de parto. Cada palabra resonaba muy profundo en mí, me emocionaba, me surgieron mil preguntas y quería saber más.
Unos meses después recibí la invitación para un congreso de partería. Sin pensarlo mucho, me anoté. Sola y sin conocer a nadie, sin ser partera, ni nada parecido, me lancé a San Cristóbal de las Casas, además una de mis ciudades favoritas.
Ni siquiera había llegado y la transformación comenzaba. Mientras me acercaba a la sala de espera en Cd. de México veía a mujeres. Mujeres diferentes. No solo físicamente, también su energía se sentía diferente. Algunas iban con trenzas largas, otras con cabello pixie, algunas muy formales, otras con falda larga y rebozos, y varias de ellas madres con sus bebés amarrados a la espalda y niños corriendo alrededor. Todas iban al congreso. Ver a esas mamás con las crías “enrebozadas”, mujeres de todos colores y de diferentes rincones del mundo juntas para aprender y compartir de embarazo y parto fue un flash.
Llego al congreso. Me anoté en las charlas y talleres que creía más “básicas”. Recuerdo uno de los talleres con una mujer norteamericana que explicaba con un muñeco y una pelvis el nacimiento de un bebé. Para parteras y doulas era una herramienta didáctica. Para mí una revelación total, no lo podía creer, nunca nadie me había explicado tan claramente y compasivamente como nace un bebé, nadie me había contado del juego perfecto de las hormonas femeninas, de cómo se transforma el cuerpo de la mujer durante el trabajo del parto, de cómo el bebé activamente se acomoda y gira para salir del cuerpo de su madre. Estaba asombrada y maravillada.
Y así fui de charla en charla, escuchando, observando, sentía literalmente mi cerebro haciendo chispas, muchas creencias disolviéndose y nuevas formas de ver y entender el cuerpo femenino, el embarazo, el parto y la maternidad encendiéndose. Y es que estas mujeres que acompañan partos, que reciben nuevos seres al mundo, están en contacto profundo con la vida y con la muerte, con el comienzo, con lo más primal, espiritual y humano. Es imposible no sentir esa energía y ser contagiada por ella.
Escuché y aprendí de mujeres indígenas, que habían heredado la partería de sus madres y abuelas a través de sueños y visiones, de parteras profesionales de diferentes países del mundo, parteras con años y años de experiencia y parteras jóvenes iniciándose en el camino. Todas de diferentes contextos y enfrentando diferentes retos, pero todas mujeres sabias, preparadas, llenas de historias y de vocación por la salud de la mujer y los bebés del mundo. Muchas de ellas madres sirviendo a madres, y todas, desde las parteras tradicionales de altos de Chiapas hasta las parteras de alguna clínica en Europa, unidas por ese tejido ancestral que protege y cuida la vida desde la raíz.
Ese fin de semana también escuché, por primera vez, historias de partos contadas por las mismas familias que fueron acompañados por parteras, nacimientos donde la calidez, el tiempo, la confianza, la entrega, el silencio, la libertad y el movimiento son ingredientes esenciales, donde la mujer y su bebé son los protagonistas y el hombre o pareja participa activamente en el recibimiento del nuevo ser.
Ese congreso fue un camino de ida. Seguí asistiendo a talleres de partería, leyendo, estudiando, hice grandes amigas parteras y doulas.
Cuando llegó el momento de mi propio embarazo, estaba segura, pariría con partera. No podía ser de otra forma. Y así fue.
Nuestras parteras nos acompañaron durante todo el embarazo, en cada cita prenatal llevábamos el control médico adecuado, pero era mucho más que eso, era un espacio acogedor para aterrizar, despejar dudas, platicar cómo había sido la semana, los cambios que iban ocurriendo, escuchar el corazón de nuestra hija, sentir cómo iba creciendo, una especie de reunión familiar.
Llegó el día del parto y nuestras parteras nos acompañaron todo el tiempo, pacientes, atentas, en silencio. Tuve un parto en agua, sin ninguna intervención, intenso y fluido. Sara nació tranquilamente, directo a mis brazos. Eso hacen las parteras. Hacen todo y no hacen nada. Están. Acompañan. Cuidan. Son las hadas madrinas, las guardianas del nacimiento.
¡Hoy las celebro a todas! Honro su vida y su trabajo. Me siento afortunada de haber coincidido, de conocerlas, de aprender tanto de ellas y seguir aprendiendo, de tenerlas a mi lado en el nacimiento de mi hija, que sean parte de nuestra vida y nuestra historia.
¡Gracias, gracias, gracias!