Confiar en nuestros hijos, en sus elecciones, en cómo responderán, no siempre parece una buena idea, pero sí lo es.
Por Laura Carrillo
Recientemente en casa revisaba información sobre el desarrollo del niño, y fue así como llegué a un video llamado marshmallow, un experimento que se realizó en 1970, por la Universidad de Stanford, donde se trataba de predecir el futuro de los niños de 4 años.
Este estudio fue inspirado por la novela de ficción llamada Walden dos que Skinner, un psicólogo conductista, escribió en 1948.
La prueba consiste en decirle al niño que le darás un bombón. Si no se lo come en los primeros 15 minutos, podrá tener otro bombón. En el video se veía cómo los niños danzaban por todos lados, para no caen en la tentación. El resultado fue que algunos lo comieron, y otros esperaron. Según el estudio, quince años más tarde buscaron a estas familias y evaluaron la situación en la que se encontraban aquellos pequeños participantes. Aparentemente había una relación entre una vida sana, de aquellas personas que sabían postergar sus impulsos. Ya que la prueba medía la capacidad de autocontrol. Y aquellos que no superaron la prueba, al paso de los años, seguían mostrando poco control de impulsos, y por lo tanto, habían tenido en algún momento incidentes con la ley.
Sinceramente me sentí curiosa, así que improvisé con unas galletas (que son las favoritas) y salí de mi espacio de trabajo para preguntarles a mis hijos quién deseaba participar en un experimento. Mi hija pequeña de 2 años fue la única interesada en ese momento. Así que le di las instrucciones antes mencionadas, y el resultado fue que en casi 5 minutos, comenzó a darle unas pequeñas mordiditas. En seguida, mi hijo, interesado al ver que se trataba de galletas, decidió participar. Durante esos 15 minutos, él cuidaba entre sus manos esa galleta, ocultándola de su vista, incluso la puso en su frente, para no tener ninguna posibilidad de mirarla. Lo interesante fue que justo después de lograr el objetivo; es decir, que sonara la alarma que indicara que el tiempo había concluido, al entregarle la otra galleta a mi hijo, mi hija pequeña se acercó en busca de una galleta más. Entonces en ese momento le pregunté si ella recordaba cómo es que iba a obtener la otra galleta, y respondió – no comerme la galleta hasta que suene la alarma. Entonces entendió al darme su respuesta que no le daría otra. Mientras tanto, mi hijo ya se había comido la primera galleta y mi sorpresa fue, cuando él decidió partir su segunda galleta a la mitad para compartirle a su hermana.
La prueba del malvavisco podría ser una manera muy simplista de ver la manera de educar a los hijos. Creo que la única manera de educar de manera eficiente es siendo congruente. Y aunque yo no soy partidaria del conductismo, también yo me sentí inspirada al leer aquella novela de ficción hace 15 años.
Mi pensamiento sobre esta experiencia es que cuando uno como padre da la libertad para que el hijo experimente la decisión que ha tomado, ser madre puede convertirse en algo sorprendente. La mayoría de los padres estamos curiosos por ver las decisiones que nuestros hijos tomarán en el futuro, sin darnos cuenta que todos los días ellos están decidiendo una infinidad de cosas: quienes son, quienes son los demás y cómo es el mundo en el que viven.
Yo me quedé con dos aprendizajes; uno sobre entender que uno puede tomar una decisión equivocada, y reconocerla para después tener la oportunidad de aprender de ella, y la segunda, que puedes superar también hasta tu propia expectativa, al ser generoso cuando decides también compartir tus logros.
Te aliento para que cada día decidas explorar y disfrutar tu ser madre.
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