Soy Clara Zapata Tarrés, líder de La Liga de La Leche. Esta vez les voy a compartir un gran testimonio de una madre trabajadora que logró llevar la lactancia exclusiva con todo y obstáculos, dándonos el ejemplo de que se puede con alegría, ternura, persistencia, paciencia ¡y muchísimo amor! Y por supuesto, ¡con la ayuda de La Liga de La Leche de Saltillo!
Haydée Berlanga, Psicóloga en el CRIT Coahuila / La Liga de La Leche de Saltillo
Soy mamá desde hace poco tiempo y, al igual que muchas, desde el embarazo, comencé a crear una serie de expectativas de acuerdo a mis circunstancias. Empecé a leer sobre lactancia y estaba segura de que la mía “tendría” que ser mixta “por el trabajo”. Con esta idea en la cabeza, al nacer mi pequeño, pedimos consejo al pediatra sobre qué fórmula darle y, de camino a casa, desde el hospital, compramos un par de botes pequeños, convencidos, sobre todo yo, de que no podía ser diferente. Empezamos ofreciendo un bibi al día “para que se fuera acostumbrando” y así transcurrieron las primeras semanas.
Seguí leyendo y empecé a seguir un grupo de La Liga de La Leche por Facebook. A través de las dudas y comentarios de las líderes y otras mamás, comprendí lo que era la libre demanda y supe de los brotes de crecimiento, pero sobre todo descubrí que podía amamantar exclusivamente aún “a pesar” de mi trabajo. Mi cuñada había tenido bebé un año antes así que me prestó su extractor, empecé a experimentar y a vaciar unos pechos que rápidamente se llenaban de leche si el crío no pedía pronto de comer. Y de repente ahí estaba yo: decidida, pero sobre todo segura, de que podía dar mi leche a mi hijo sin ayuda de la fórmula, aún en mi ausencia a mi vuelta a trabajar.
Omití los biberones de fórmula, aun cuando mi esposo no estaba muy convencido. Algo así como dos semanas antes de regresar al trabajo empecé con las extracciones, entre tomas, sin mucho orden o rutina. A una semana de cumplir dos meses de vida mi bebé, regresé a mis labores y él se quedó con mi mamá. Al principio iba al día: hoy sacaba la leche de mañana. Me tocó adaptarme al rol de madre trabajadora y a una serie de cambios en mi trabajo, a la par que me organizaba para hacer dos extracciones durante mi jornada de 8 horas.
Por la tarde volvía a casa y mi pequeño y yo éramos uno mismo otra vez, juntos, porteando y alimentando a demanda. Poco a poco mi cuerpo fue respondiendo y dando más y más de sí. Empecé a incluir algunas extracciones por las tardes y el fin de semana, pasaron los meses y mi banco empezó a crecer y crecer.
A los nueve meses llegó el tiempo de ir a la guardería y después de haber tomado mi leche en biberón por tanto tiempo, la rechazaba estoicamente y no había poder humano que lo hiciera aceptarla. Las chicas de la guardería me insistían que le ofrecerían fórmula pero les di un rotundo no. Mi hijo no la necesitaba porque antes de irme a trabajar le daba directo de mi pecho y en cuanto llegábamos a casa se prendía ansioso del sabor y calor de mamá. Les prohibí rotundamente darle otra leche. La misma historia al cumplir el año ya que dejaban de aceptar mi leche para ofrecer leche entera, tampoco la aceptaba y tampoco estaban autorizadas para insistir.
Al año ya sólo me extraía una vez en mi trabajo y al poco tiempo dejé de hacerlo. Enfrentamos grietas en los primeros días y alrededor del año y meses por sus mordidas y bailes al mamar. Tuvimos problemas de cólicos y reflujo en los primeros meses, un año después me di cuenta de que aquellos biberones de fórmula de las primeras semanas pudieron ser un factor importante para que se presentaran. Desafiamos la insistencia de un destete al cumplir un año, pues había sido mi meta inicial y hubo quienes se lo tomaron muy literal. Resistimos huelgas y agitaciones de lactancia que nos dejaron agotados. Aun así no pudieron convencernos de renunciar.
Seguimos y, de pronto, me di cuenta de que el destete real había llegado: tres años un mes y 17 días, días más días menos. Yo misma me quedo asombrada de cuánto logramos y de cómo mi idea de lactancia se fue transformando de una mixta a una con caducidad de un año y de ahí haber cruzado la línea de los 3 años cumplidos.
Para cuando escribo estas líneas estamos por cumplir 4 meses de destete y desde ya me voy dando cuenta de que una de las cosas que más atesoraré de mi maternidad y una de las que voy a extrañar más, será precisamente esta etapa de lactancia, porque más allá de llevar vida en mi vientre, pude nutrir física y emocionalmente a mi hijo y sus miradas fueron mi mejor recompensa.
¿Cuál fue el secreto? Informarme, confiar en mí y rodearme de una tribu que me entendía y me daba el soporte necesario para hacer oídos sordos a las palabras necias. ¡Amamantar y trabajar es posible!