Por María Fernanda Zetina
La palabra ecología, viene del griego Oikos, que significa «la casa, el hogar» y de Logos, el conocimiento.
Nuestra primera casa, el vientre materno.
Se dice que, para crecer de manera armoniosa, estar sanos y adquirir auténtica conciencia ecológica, hace falta que los niños puedan jugar y vivir en contacto con la naturaleza. Y esta primera naturaleza con la que tienen contacto es la madre, su útero.
Imaginemos a las mujeres del Paleolítico y del Neolítico, cuyos úteros se movían como un pez, los vientres palpitaban de gozo y de amor como el cuerpo de una rana, y todos sus cuerpos vibraban y ondeaban como los pulpos y las medusas en los mares, para hacerse regazo, mecer y complacer a las criaturas.
Lo que consumimos, lo que hacemos, lo que vemos y, por lo tanto, lo que sentimos cuando estamos embarazadas, influye en el periodo de desarrollo del bebé dentro del útero, porque como madres somos su único mundo, el planeta donde viven, su hábitat. Y esto determina lo que será de adulto.
Lo más importante a desarrollar es el amor a la vida en un niño, que esté rodeado de personas con esa orientación. La atracción por la vida se expresa en gestos más que en ideas, en el tono de voz más que en las palabras. Las condiciones necesarias para el desarrollo de la atracción por la vida son el cariño, las relaciones afectuosas, la libertad, la ausencia de amenazas, la enseñanza por medio del ejemplo y llevar un modo de vida interesante.
¿Y cómo es que el bebé dentro del útero percibe todo esto?
La nutrición, el confort que encuentran al tener todas sus necesidades cubiertas llevando una dieta realmente saludable, sin drogas, sin medicamentos, y por drogas también me refiero a los alimentos procesados con conservadores químicos, colorantes artificiales y azúcares.
La comunicación, nos podemos comunicar con nuestro bebé por medio de la relajación, la música, el arte, el ejercicio físico. Y claro también hablarle, cantarle, leerle algunas cosas interesantes. Por ejemplo, mi madre al tenerme en su vientre leía muchísimo porque estuvo en reposo, a diferencia de lo que hacía con mis hermanos, y a mí me encanta escribir y leer, me apasionan los libros.
El útero también es su medio de aprendizaje, entre más confortable sea, mejor su desarrollo neuronal, emocional y orgánico.
Los experimentos psicológicos y neurocientíficos han derribado el mito de que los bebés no pueden recordar (ni aprender) y, también la idea de que los padres son simples espectadores del desarrollo de sus hijos. El sistema nervioso del bebé en desarrollo posee un amplio repertorio de capacidades sensoriales y de aprendizaje, y una especie de memoria que los neurocientíficos denominan “memoria implícita”.
Cada vez son más las pruebas que demuestran que las condiciones del útero tienen tanta importancia como los genes a la hora de determinar cuál será el desarrollo mental y físico durante la vida.
Desde antes de concebir a mi primer hijo tenía algo de noción de esto, pero ahora en mi embarazo, cada vez que se mueve, que crece en mi interior que sé que él está bien. No dejo de pensar en esta responsabilidad de traer al mundo a mejores seres humanos, y de sentir a la vez esta magia y asombro que aumenta todos los días.
Esto me ha ayudado a crear mayor conciencia en todo, a modificar mi ética, a observar la vida con nuevos ojos. Tengo otro cuerpo dentro del mío, otro mundo, otra dimensión y ahora compruebo que el daño que hacemos a nuestro entorno nos lo hacemos a nosotros mismos y viceversa. Y en la medida que cuidemos verdaderamente de nosotros y de nuestros hijos en todos los aspectos, cuidaremos también del lugar que habitamos.