“Una gran democracia debe progresar
o pronto dejará de ser grande o democracia”
–Theodore Roosevelt
Podría asumir que a estas alturas ya tenemos bien captado el concepto de democracia, ese método “impoluto” de gobierno, por y para el pueblo. De herencia helénica y de allí sus vocablos; Demos, pueblo y Kratos, autoridad o gobierno. Pues bien, asumir es fuente de muchos males y creo que en este caso no es la excepción.
La democracia es el resultado de ese rompimiento con el “poder divino” en primera instancia, la renuncia a la predestinación latente en otra gran crisis de la soberanía popular en el feudalismo y absolutismo.
Tal vez podríamos decir que de esos males nos hemos librado ya, y que el alto precio facturado a la humanidad fue bien medido y comprendido por quienes ahora gozamos de este ambiente que nos proporcionan las instituciones democráticas, pero desgraciadamente no es así.
El progreso de la democracia es un ejercicio y una disciplina constante, y es que, si bien se supondría que el pueblo toma las riendas de su destino, su soberanía se ve constantemente amenazada, pues existe de entrada una amplitud de condiciones sociales inherentes a un pueblo que envuelve a sus ciudadanos muy a pesar de sus características dispares; generando fracciones entre los mismos, derivadas de intereses personales y en el que la mayoría “gana”.
Es aquí que me consternan las posturas desde la “clase media” a la “alta baja”, una de las minorías de este país que se queda en un esfuerzo trunco por mantener la balanza de la democracia en favor del pueblo y arrebatarlo de sus oligarquías.
La “clase alta” tiene el control, ellos están conformes dictando las reglas bajo las que vivimos, ellos no tienen problema en mantener el status quo. La “clase baja” por el contrario, no es capaz de buscar una amplitud ideológica, tampoco una cruzada por la prosperidad si no cuentan con las herramientas básicas para garantizar siquiera su sustento.
Pero nosotros, los que quedamos en medio, somos los que hemos pecado de timoratos, nos congela el miedo a perder la seguridad del trabajo, el carro, la casa y preferimos sedarnos en las redes sociales, la fiesta, el fútbol y otras válvulas de escape, temiendo cualquier movimiento en falso y perder lo logrado. Incluso puede que nos molestemos con aquellos que en algún momento se indignen y así lo expresen, pues rompen nuestra armonía.
Estamos tan absortos en una sociedad de imagen, que nos hemos engañado; creemos estar bien, tener cierto grado de seguridad, pero su viaje a Europa o luna de miel en Asia, los autos de lujo, no significan mucho, porque honestamente usted no conoce a los que en este momento están definiendo su futuro, no son los ricos de su ciudad, tampoco su diputado local, el presidente municipal, ni el gobernador. Los que deciden están más allá de las caras que lucen nuestros políticos en el noticiero nocturno cuando algo falla y un corrupto desliz termina exhibido. Los que le tienen a merced son casi omnipotentes, pero rara vez presentes; de ellos depende que sus hijos respiren metales pesados, que el agua de los mantos acuíferos se contamine con fracking, que los medicamentos sean inaccesibles, su seguridad social se inoperante o que su pensión dependa ahora de lo que usted ahorre.
Por fortuna, la democracia es también la oportunidad de que usted y yo podamos intervenir, que seamos una oposición crítica, una minoría que alce la voz en pos de mejorar las condiciones de nuestro entorno, exigiendo mejores candidatos que puedan ser un contrapeso legítimo y representativo de nuestra sociedad. Y eso depende de su voto.