Por Elena Hernández
Cuanto más pronto entendamos que los hijos son como los dedos de la mano, diferentes entre sí y diferentes a nosotras; más fácil y armonioso será el camino que nos lleve a guiarlos, amarlos y aprender de ellos lo que por juzgar y encasillarlos, a simple vista no podemos ver.
Desde que vienen en camino, imaginamos cómo serán, el color de sus ojos, su piel, su cabello, “¿se parecerá a papá o a mamá?, ¿tendrá el gen de esto o de lo otro?”, y así, jugamos a adivinar cuánto se parecerá a uno o a otro. Cuando nace todos le buscan parecido, ya sea al abuelo, la abuela, la cuñada, el hermano, etc. Con el paso del tiempo y sus rasgos bien definidos quizás el niño logra satisfacer el gusto de alguien o de algunos, lo cierto es que cada hijo es único y no se parece a nadie. Si canta, si baila, si llora mucho, si es tranquilo, si le gusta una cosa u otra es también motivo de “parecerse a alguien”; y si es berrinchudo “¿a quién se parecerá?”, y si es muy serio “¿de quién lo habrá sacado?” Total que para la gente no hay persona auténtica y original. Es cierto que la genética y el temperamento juegan un papel muy importante, pero por qué etiquetar a los hijos en el típico “es igualito a su padre” o “igualita a mi suegra” para aprobar o desaprobar lo que no nos gusta. ¿Por qué esperamos que ellos sientan y hablen y piensen como nosotros?
No recuerdo con precisión como fui de niña, no tengo la certeza de los gustos y manías que solía tener, o al menos no de todo. Pero hoy si sé quién soy y cómo soy y de algo estoy segura: mi hija, mi única hija es opuesta a mí, a como soy ahora. No es para nada ordenada, ni cuidadosa, no tiene sus juguetes organizados o su ropa acomodada, o su letra impecable, ni sus cuadernos limpios o su lápiz con la punta bien afilada, todo lo pierde, sus zapatos siempre en desorden, la ropa manchada y mal combinada. Ella está tan ocupada explorando el mundo, haciendo mezclas con una crema y con otra, triturando los colores, combinando las acuarelas, “decorando” sus muebles o su ropa con los esmaltes de uñas que me ha tomado a escondidas. Es bulliciosa y da por hecho que todo lo sabe, se adelanta siempre a lo que sus hermanos quieren, les roba las palabras. Es como un torbellino loco e inquieto. Muchas veces me he tenido que detener ante un sermón de desapruebo hacia su forma de ser, desde que entendí que no tiene que ser igual a mí, o a nadie, que es una persona única, con sus propios pensamientos e ideas, en las cuales tal vez puedo influir un poco, del mismo modo que influye lo que escucha de otra gente, no la puedo ni debo cambiar. Quiero que sea libre, que sea ella misma siempre, que no desee parecerse a nadie, ni siquiera a mí.
View Comments (1)
Soy tu fan!
Te amo.