Así, maternando, abrazamos la impermanencia, aprendemos que todo pasa y todo cambia.
Por Kim Dewey
Ser mamá es una revolución constante. Aunque durante cada etapa de la maternidad se van creando rutinas familiares y un ritmo que busca siempre una especie de balance, la realidad es que, todos los días son diferentes, unos más que otros, pero siempre llenos de aprendizaje y sorpresas. Al menos así ha sido mi corta experiencia como mamá. Supongo que así es sobre todo durante la primera infancia de nuestros hijos, cuando requieren de nuestra atención y tiempo al 100% y dependen en gran medida de nuestro cuidado y nuestras decisiones.
Hay momentos, días, semanas e incluso meses en los que todo fluye. Nos sentimos maternando entre nubes esponjosas, días soleados, atardeceres de colores y completa confianza y claridad como madres. Pero también así, de un minuto para otro, sin aviso y por diversas razones, nos encontramos en medio de tormentas y fuera de nuestro centro, o en un remolino de miedos y dudas, o inmóviles, como si nos rodeara una densa neblina que no nos permite movernos ni ver por donde seguir.
En esos momentos todo se reduce a lo esencial y al momento presente. Todo lo demás desaparece. Esas situaciones o experiencias que vivimos como mamás, que después de sacudirnos un poquito – o tanto que creemos que no resistiremos – al final nos transforman. Nos hacen detenernos y respirar profundo, nos enseñan a confiar y a ver el mundo con otros ojos. Y de alguna forma retomamos fuerza para seguir adelante con confianza y agradecimiento.
Así, maternando, abrazamos la impermanencia, aprendemos que todo pasa y todo cambia. Disfrutamos la tranquilidad y la energía de los días llenos de vida, de juego y carcajadas. Hacemos silencio y nos acurrucamos con nuestras crías los días o noches difíciles. Respiramos. Despertamos. Nos conectamos con nuestra parte más humana y con lo más profundo del Espíritu. Aprendemos a confiar que poco a poco siempre vuelve un nuevo equilibrio, aunque quizá de formas que no lo hubiéramos imaginado. Aprendemos a movernos con la vida. Navegamos con nuestros pequeños a nuestro lado. Juntos, aprendiendo, creciendo, descubriendo el mundo. Con alegría, con magia, con emoción y celebración, con dolor, con tropiezos y desvíos, a veces con miedo, siempre, siempre con amor.