Por Liliana Blum
Puedo escribir sin problema de un pedófilo que secuestra a una niña de cinco años y la tiene prisionera en su sótano, puedo escribir de casi cualquier cosa, excepto de mi padre y mi relación con él. En mis siete libros de cuentos y en mis dos novelas jamás me he atrevido a tocar el tema. No me siento capaz; me tiembla la mano, o la tecla, como se quiera ver.
Cuando me dijeron que el tema del siguiente artículo para NES era el “padre”, o bien, el “verano”, mi primer instinto fue escribir sobre la estación que se aproxima. Hubiera sido lo más fácil, pero pensé que pocas veces salgo de vacaciones y en verano, cuando puedo despegarme un poco, aprovecho para ir a mi tierra, Durango, y visitar a mi mamá. Antes también a mi padre, pero de un par de años a la fecha he claudicado en el intento de llevarme bien con él. Sólo me tomó 41 años entender que nuestra relación no tendría jamás remedio. Y si han leído con atención hasta aquí, queda bien claro el tema del verano me remite también al del padre. La evasión se parece mucho a esa imagen de la avestruz escondiendo la cabeza bajo tierra. No funciona ni a corto, ni a mediano ni a largo plazo: hay traseros demasiado grandes de tapar.
Si me pongo a analizar las posturas sobre sus padres de la gente a mi alrededor, o si busco citas sobre el tema, lo que prevalece es siempre una de dos opciones: por un lado, un padre totalmente ausente, desconocido, desobligado o abandonador y, por el otro, un padre cuasi maravilloso, juguetón, tierno, protector, solidario o divertido. Si es que hay escalas de grises entre este claroscuro paterno, no se ven con frecuencia o, al menos, no se comentan. El tema es espinoso, no del tipo de espinas grandes y evidentes, pero fáciles de extraer, sino de las pequeñas, apenas visibles, que se entierran debajo de la piel y desde allí laceran e infectan, a veces durante años. El del padre es también un tema que se auto censura, pues es tan vasto que necesitaría de miles de páginas para explicar, para recordar, para exorcizar o entender, y cualquier espacio resulta limitado para eso. No por nada el psicoanálisis precisa, en ocasiones, de años.
Hablar de un padre como el mío resulta especialmente complicado porque con todo lo que fue y lo que es, a pesar de todo lo que hizo o dejó de hacer, es desleal hablar mal de él, sea en general o a detalle. Porque un padre es un padre y, en el fondo y contra todo pronóstico y muy a mi pesar, quizá sigo buscando un poco de aprobación, o algo que ni siquiera atino muy bien a definir. Así es que no, creo que no haré ninguna llamada este 18 de junio: nada qué celebrar. Eso sí, no podré dejar de pensar en él.
Texto extraído de la version impresa