Por Dona Wiseman
En la biblia existe el consejo, o la indicación, de no odiar al que comete pecado, sino de odiar el pecado y amar al pecador. Esto puede ser una encomienda muy complicada, especialmente si el pecado (o lo que podríamos llamar la falta) es algo grave y/o nos toca de manera cercana. A veces el pecado ajeno afecta nuestras vidas directamente.
Nadie es perfecto y todos cometemos errores y a veces nuestros errores hacen daño a alguien, incluso a alguien a quien amamos.
Con frecuencia damos nuestra opinión sobre lo que hacen otros. Declaramos que están bien o mal, que han acertado o se han equivocado. Les damos nombres y ponemos a las personas en categorías. Deshonestos, promiscuos, irresponsables, tontos, abusivos, feminazis, corruptos, machistas, violentos, engreídos, elitistas… (y estoy usando la lista “decente”).
Cuando una persona hace algo que reprobamos, nos puede ganar el impulso de reprobar a la persona y no solo la acción. Diariamente nos enteramos de eventos que nos sorprenden y llegamos a la conclusión de que no pensábamos que una cierta persona sería capaz de hacer lo que hizo, o lo que se dice que hizo. Nos sentimos desilusionadas, decepcionadas. Perdemos confianza.
Luego, a veces, nos vamos al otro extremo y buscamos una actitud de perdón – falso o adelantado. Creemos que perdonar es una virtud, cuando en realidad es el resultado de un proceso. Para llegar al perdón tenemos que aceptar a la persona tal cual es y decidir si podemos o no estar en una amistad u otro tipo de relación con esa persona tomando en cuenta la conducta. Aceptar a la persona y no condenarla no significa que tenemos que convivir con esa persona. Si las acciones y las actitudes de una persona no son aceptables o no son negociables para nosotras, podemos y debemos alejarnos.
Entonces, el mundo tiene una tendencia a desilusionarnos de vez en cuando. Las personas que amamos nos lastiman. Las personas que respetamos hacen cosas que nos decepcionan. Nuestros hijos fallan en clases. Personas amadas fallan en sus relaciones. Gente que estimamos como inteligentes dicen cosas que no tienen sentido. El alumno que sacó puros 10 en la escuela no llega a la universidad. Nuestros padres dicen algo que nos lastima. Las personas que hemos puesto en un pedestal se caen de la manera que menos esperamos.
¿Qué hacer? Es difícil e implica mucho trabajo y mucha conciencia. Mi recomendación es vivir la experiencia con todo el dolor y el enojo que conlleva. Mantenernos firmes en no aceptar actitudes y acciones con los cuales no estamos de acuerdo y que nos hacen daño. Hacer consciencia de que son las actitudes y acciones que nos dañan y no la persona. Alejarnos. Y no condenar a la persona. Y…no condenarnos a nosotras mismas por no perdonar algo de manera adelantado o falso. Seguramente será un proceso largo.