Por Ivonne Orozco
No somos un cuerpo orgánico que come. Somos un alma que alimenta y pide que su espíritu se nutra. La sensibilidad no debe perderse ante este acto de trasmisión, de bondad, de amor sublimemente generoso. La salsa puede hablar de un erotismo oculto a través de esta relación sexual entre el molcajete y la mujer. Del enfado ante el machismo y machucar el chile de manera intensa hasta reventarlo, exhibe una revelación de frustración y placer, el candor e incluso el enojo… comiste gallo.
El tocamiento, la alquimia, el milagro de la transformación, la sensibilidad y el regocijo. Elementos de la naturaleza, las estaciones del año, la conexión con la madre tierra, las temporadas, los árboles y surcos marcados por manos campesinas. El mar y su inmensidad, el reflejo azul del cielo en sus aguas dan alimentos extraordinarios y puros. La tierra benévola. El proveer de los hombres: la caza.
Así este laboratorio de emociones produce el pan de cada día. Se constituye la mesa y la silla como el referente de unidad más confortable de la humanidad, donde sensaciones y emotivas historias conforman la hora de la comida.
La receta es: conoce, palpa, transforma, crea, transmite, date el tiempo, ve al mercado, escucha melodías, vibra. Date en cada cucharada, pon tu esencia, tu toque amoroso. Esa es la verdadera cocina, una cocina sensible, respetuosa y por supuesto llena de amor.