Mi amiga Sandra y su hija conocieron a un hombre sabio.
Por Valeria González
A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que saben mucho, de niña llegué a la extraña conclusión que la gente “inteligente” o con mucho conocimiento y “culta” era un poquito amargada.
“Bendita ignorancia.” Al parecer las personas inteligentes parecen estar más conscientes de los problemas del mundo o la condición humana. La preocupación parece ser signo de inteligencia.
El problema con los inteligentes es que sus decisiones pueden ser muy parciales y rápidamente encuentran argumentos convincentes para convencerse a ellos mismos, y a los demás, de sus ideas. Y de verdad que sus argumentos son muy buenos, dado su inteligencia y conocimientos. Hay bastante gente haciendo cosas muy poco racionales a pesar de tener un IQ alto.
Mi amiga Sandra y su hija conocieron a un hombre con muchísimo conocimiento, inteligente y feliz, muy feliz. “Eres el primer erudito que conozco que es feliz”, le dijo la hija de mi amiga. Lo que contestó el hombre me parece digno de recordarlo y compartirlo:
“Lo que pasa es que la erudición sin espiritualidad solo es ego y la religiosidad sin conocimiento solo es fanatismo.”
Cuando me contó esto mi amiga, de verdad que me llegó profundo, debido a mi conclusión previa de erudición con amargura (seguramente fue por leer a Cortázar de joven). El caso es que fue algo que no necesitó explicación y encajó perfecto con la definición de sabiduría.
Igor Grosman, de la universidad de Waterllo de Candadá, en uno de sus estudios, concluye que “…aquellos con mejores resultados en pruebas de sabiduría (imparciales en la toma de decisiones) tenían una mayor satisfacción con la vida, mejor calidad en sus relaciones y menores niveles de ansiedad.”
La espiritualidad madura da esa imparcialidad que lleva a la sabiduría y esto se puede aprender, con suerte la inteligencia no será un estorbo sino una aliada.