Por Elena Hernández
A veces nos cuesta trabajo soltar las costumbres que tenemos arraigadas porque “así nos educaron”, o porque, a través del tiempo, hemos formado nuestro criterio de lo que es adecuado e inadecuado, correcto e incorrecto, bueno o malo. Pero ¿qué pasa cuando ese criterio debemos compartirlo?, me refiero a nuestra pareja, específicamente a la educación de los hijos. Lo ideal sería que compagináramos sin problema, que tuviéramos los mismos ideales, creencias, modos y formas de educar, pero la realidad es muy distinta. Si bien, en general, el acople y la sinergia se dan casi siempre en forma natural y sin mucho sobresalto, no siempre es miel sobre hojuelas.
Partiendo de que venimos de familias diferentes, incluso en ocasiones de ciudades, culturas y religiones diferentes esto se vuelve complicado y suele ser motivo de grietas importantes que se crean en torno a nuestra relación de pareja y que debemos tratar de evitar.
En cada ocasión que no estamos de acuerdo se nos presenta la oportunidad de aprender a conceder, a convencer o a negociar. En el matrimonio, la crianza de los hijos es cosa de los dos y hay que estar bien de acuerdo, hacer equipo y ser congruentes uno con el otro. Más de una vez nos ha sucedido que yo doy una indicación a los niños por ejemplo, “no coman en su recámara” y horas más tarde mi marido se encuentra preparándoles el “snack especial de papá” para que lo coman viendo alguna película en su cuarto y así sin querer, casi sin percibirlo vamos cada uno tomando roles o papeles diferentes, donde uno es el sargento, el malo, el villano, y el otro es el bueno, el amoroso, el súper héroe que los salva (en mi caso) de “Mamá Hulk”.
Confieso que yo tengo la piel dura para los chantajes y sentimentalismos, más allá de doblegarme, o hacerme sentir mal, el que mis hijos me vean como mamá mala, me da cierta tranquilidad, porque es algo en lo que nosotros estamos de acuerdo sin que ellos lo sepan.
No todos ustedes que me leen, compartirán mi percepción, pero yo creo que los niños necesitan ambas caras de la moneda, el lado duro, y el lado amigable y uno solo no puede ser ambos. Me toca entonces poner los límites, regañar, reprender, marcar el itinerario y casi con silbato en mano hacer que se cumpla todo al pie de la letra, que guarden silencio, que bajen los codos, que se laven las manos, que se pongan el cinturón, que recojan el tiradero, que se acuesten temprano y un sinfín de observaciones cotidianas que les irán formando buenos hábitos.
Y no es fácil, nos ha costado trabajo como padres acoplarnos uno al otro: con nalgada o sin nalgada, con castigo o sin castigo, con gritos o sin gritos, con videojuegos o sin ellos, con horario o sin horario, con tv o sin tv, con postre o sin postre, agua o jugo, etc. Desde el detalle más mínimo hemos tenido que conciliar y casi todo lo hemos sabido llevar fácilmente, pero son justo las situaciones que nos contrapuntean las que nos ocupan más tiempo, más conversación y más roces tal vez. Pero en este camino que llevo recorrido he aprendido que, con paciencia, amor y mucha comunicación todo llega a común acuerdo.