Por Valeria González
Últimamente he perdido mucho mi paz, me ha costado muchísimo percibir lo que me sucede de una manera digamos, más santa. Regresé a lo que antes hacía, los restaurantes, aunque nunca dejé de estar en mis restaurantes, aunque mi participación ahí desde que nació mi segundo hijo es mínima, pero llegó la oportunidad de armar un nuevo proyecto con nuevos socios y aunque al principio tuve mucha resistencia pude realmente gozar el proceso, de verdad que me gustó muchísimo. Volver a toda esa adrenalina de iniciar algo, de darle forma, imaginarlo en mi mente y verlo plasmado. Salí de mis actividades relajadas y pacíficas de mis días de mamá, para meterme a una carrera con sprints, ya que mi participación se limitaría solo al arranque.
Cuando nació mi segundo hijo hace dos años, me retiré del mundo laboral para dedicarme por completo a mi familia. Fueron unos años especialmente duros por la salud de mi hijo, lo que me hizo acomodar muchísimas cosas en mí. Y después de mucho reconocimiento y perdón interior me encontraba según yo en los cuernos de la luna. Pocas eran las cosas que me hacían sacar el “Chucky”.
Pero en estos días, regresó mi antigua yo, controladora, exigente, intolerante, etc. ¡Santo Dios! ¡Qué fue lo que pasó! Supongo que mis neuronas se reconectaron con sus antiguas sinapsis cuando me encontré en un terreno muy similar a mi vida anterior. Ha sido realmente frustrante y medio triste encontrarme frente a frente con esa parte ya casi olvidada mía, y no es que la estuviera controlando, la verdad es que, en mi vida rosa, no había ocasión de que saliera a pasear, pero en el mundo laboral…bueno, ahí es cuando quiero que las cosas se hagan de determinada manera, que la gente se comporte de una forma y no de otra, que piensen como yo pienso. Uy, bajo ese escenario, no le fue difícil al “Chucky” salir de pronto.
Por lo mismo me ha resultado dificilísimo escribir últimamente, estas dos últimas semanas no he dejado que la paz me acompañe. Me distraje de mi objetivo de paz, me ganché, pero hoy mientras escribo me doy cuenta, ahora lo veo más claramente.
Tener expectativas solo me ha puesto en una posición en la cual, si ellas no se cumplen, sufro. Sin embargo… todas las expectativas siempre se cumplen, el miedo es una expectativa, el amor y la paz también son una expectativa y por consiguiente pueden tener un efecto en mi mundo. Pero el verdadero poder de causa y efecto solo es en función de cómo percibo mis experiencias, nada más.
¿Para qué me está pasando esto? (antes hubiera hecho una serie de análisis de esta respuesta). Hoy sé que es solamente para distraerme, porque el miedo que aún le tengo al amor y a la felicidad completa es muy grande. Hoy sé que puede haber otra manera de ver las cosas, elijo la paz y me rindo a la Voluntad Divina para que pueda recordar quién soy. Entonces no se trata de que mi vida vaya “bien” y las cosas salgan como yo las desee, sino que más bien el mundo deje de ser un distractor y si las cosas salen “bien o no”, ya no es importante. Ese es el camino en el que ando.