Por Dona Wiseman
Me contaron que en una dinastía lejana
los jarrones se formaban,
se pintaban,
y se horneaban,
y que después del esfuerzo
hecho por el artesano,
de la construcción de una pieza
a la perfección,
el maestro llegaba,
o la vida tal vez,
y rompía en pedazos aquello formado.
El artesano
armaba de nuevo su obra.
Y en esa dinastía lejana
se usaba oro derretido
para pegar las piezas.
Después de oír el relato,
pienso que
no es tan distinto
a la vida que llevamos,
nacemos
y a pulso de artista certero
construimos una identidad.
Luego llega un maestro,
o la vida tal vez,
y hace añicos el ego,
dejándonos la tarea de reconstrucción
con oro derretido
para unir las piezas.
y cada ser humano desde entonces,
porta cicatrices doradas,
insustituibles,
invaluables,
que definen su ser.