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Construyendo la casa

Por Malena Monroy / Anspac

 

En el Evangelio de Lucas, se muestra con claridad el perfil educativo de la familia: en esa obediencia de Jesús y su prontitud de niño para aceptar la conducta humana familiar. Este punto del ejercicio de la autoridad y de la responsabilidad que se tiene con los hijos que van creciendo es delicado. Sobre todo en estos tiempos donde se discute la coexistencia de la autoridad con la obediencia. El dejar hacer, sin dirigir ni corregir es dañino. El padre tiene la responsabilidad del crecimiento humano de los hijos y esa “neutralidad” y permisión de “dejarlo que se haga” de una manera espontánea, bajo la apariencia del respeto a su personalidad, es una muestra de desinterés. Los hijos necesitan el apoyo de personas que les ofrezcan seguridad y que potencialicen sus talentos. Y conforme vayan creciendo claro que irán tomando sus propias decisiones, requiriendo de menor cantidad de autoridad.

Para entender mejor este concepto, se puede hacer la analogía con el papel de un entrenador de un equipo de fútbol: este se pone a disposición del equipo, estudia y aplica las reglas para tener un mejor rendimiento individual y de conjunto, estimula el progreso, fija el camino de acuerdo a las metas y a la capacidad de sus alumnos. Y por su parte los alumnos son los que luchan y se esfuerzan para realizar mejor su tarea y alcanzar el nivel que desean. Se necesita en la familia de alguien que oriente, estimule y corrija, que arrastre con su palabra y ejemplo. Ese es el oficio sagrado de un buen maestro con sus alumnos y de un padre con sus hijos.

Se habla entonces de una autoridad bien ejercida, aquella que logra la disciplina en un ambiente de aceptación, de amistad y de confianza. Una autoridad que no se impone, más bien se gana. Respetando a cada hijo pero exigiendo a cada uno de acuerdo a su forma de ser. Fomentando el esfuerzo y encaminando a los hijos a la formación del carácter.

Pero que nunca se confunda autoridad con autoritarismo. Recordando que siempre cabe el buen humor y la sonrisa amable. Ni autoritarismo sin cariño ni afecto sin disciplina. En definitiva, los hijos desde pequeños hasta que salen del hogar, necesitan autoridad. Ya que sin ella se dejarían influir fácilmente por lo que se encuentren. La autoridad paterna busca precisamente que los hijos tengan dominio sobre sí mismos, que en eso consiste la madurez y responsabilidad necesarias para la vida.

Construyamos casa a nuestros hijos, en todos los sentidos. Como lo menciona Richard Nixon en sus memorias: “Nací en una casa que construyó mi padre”. Refiriéndose a las reglas, ejemplos bien dados, amor expresado en acciones y situaciones cotidianas. En la antología de Karl Zinsmeister In Real Life,

Stein (autor del libro How to ruin your life, y The gift of peace) habla del sutil impacto de su padre en su vida: “Mi padre fue modesto al extremo…No había monto de dinero capaz de hacerlo decir algo en lo que no creyera. Nunca lo oí hacer un comentario racista…Nunca lo vi hacer un comentario sexista. Y nunca lo vi mirar siquiera a otra mujer que no fuera mi madre”.

Pero además comenta sobre lo que realmente era su padre en casa: “Habría sido necesario verlo lavar animosamente los trastes después de cenar, cantándole a mi madre…verlo tomar a mi madre de la mano…habría sido necesario ver a mi padre hacer panqués…y explicando cómo era Washington antes de la guerra…entonando canciones de sus días universitarios o hablando de sus amigos con lágrimas en los ojos”.

Hagamos que nuestros hijos sigan viviendo en casas construidas por nosotros, sus padres, para ellos. Casas grandiosas llenas de recuerdos, amor y alegría. De vidas bien llevadas. De consejos. De educación “de la buena”. De límites y de reuniones familiares. Para que ellos también construyan una que quieran heredársela a sus hijos.

Malena Monroy

Coordinación idiomas y Relaciones Públicas ULSA

Asociacion Nacional Pro Superacion Personal A.C.:
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