Cuidado, a veces lo que hacemos no es para los hijos. Es para nosotros mismos.
Por Dona Wiseman
De nuevo escuché la frase de parte de una mamá: “Todo esto lo hago por Uds.” El “esto” a que se refieren los padres de familia cuando usan esta frase incluye toda una gama de situaciones y acciones. Decidimos dónde comprar nuestra casa, en qué escuela poner a los hijos, cuáles relaciones sociales fomentar, en qué tipo de compañías o actividades emplearnos, nuestra imagen ante nosotros mismos y ante la sociedad. Hacemos esfuerzos extraordinarios por establecer un estilo de vida, o bien les negamos a los hijos ciertas cosas para que ellos actúen de una forma específica, que trabajen ellos, que valoren, que les cuesten ciertas cosas.
Esta actitud permea todo lo que hacemos. Conozco mamás que organizan la vida social de sus hijos para que se reúnan con niños de familias que ellas contemplan adecuadas o aceptables. Algunos niños están en clases o entrenamientos de deportes y disciplinas que se contemplan como apropiados o deseados, con maestros especializados y reconocidos. Las fiestas infantiles giran en torno a temas, actividades y lugares de moda. Incluso se ven las modas en la arquitectura, el diseño, y lo que encontramos dentro de nuestras casas.
Para lograr todo esto, hemos llegado a ser padres ocupados. Trabajamos horas largas (no solo papá, sino mamá). Sacrificamos la tranquilidad al contraer deudas para aportarles a los hijos lo que creemos que deben tener. Nuestra atención está en formas. Las tendencias de crianza y de educación nos evitan el trabajo de hacer conciencia y de decidir lo que nosotros creemos y deseamos para nosotros, nuestros hijos y nuestra familia. ¡Dios me libre que sea yo libre de tomar semejantes decisiones por mi cuenta y que falte a lo que “se espera de mí”!
Pero vuelvo a la frase. “Todo esto lo hago, lo hacemos, por Uds.” ¡No es cierto! Al hacer todo esto perdemos de vista de hecho a los hijos. No les hemos preguntado qué desean ellos, qué prefieren. No hemos observado sus aptitudes, sus gustos, sus tendencias, y somos incapaces de flexibilizar nuestro pensar para incluirlos en sus propias vidas. Es común que forcemos a una niña a que su fiesta de cumpleaños incluya “spa” cuando ella sueña una fiesta en un campo de “paintball”. Podría dar montones de ejemplos.
A lo que voy es que lo que hacemos no es para los hijos. Es para nosotros mismos. Nosotros queremos que el hijo sea estrella de futbol, que la hija sea femenina y coqueta, que nuestros hijos sean ingenieros y nuestras hijas estudien mercadotecnia. Oh, no, perdón. Ahora está de moda que las hijas sean ingenieras y no princesas. Me entristece pensar que el mundo se quede sin princesas. Mis hijas no quisieron ser ingenieras. Tengo una diseñadora gráfica, una arquitecta y una dentista (las cuales no ejercen su carrera, sino que trabajan en su vocación – la educación). Mi hijo sí es ingeniero, de audio, carrera que conquistó a pulso, luchando contra todo para lograr su sueño.
Si somos honestas podemos ver cómo lo que hacemos es para nosotras mismas. Estamos intentando lograr en los hijos nuestras propias convicciones, lo ideales de vida que hemos fomentado nosotros. Dicho de otra manera, estamos cargando a nuestros hijos la responsabilidad de nuestra satisfacción en la vida.
Y, ¿qué sucedería si nosotras nos encargáramos de nuestra propia satisfacción? Digo, pregunto…