Por Elena Hernández
Qué imagen tan poderosa tengo ante mí, ojalá pudieran verla, el padre de mis hijos parado frente a mí. No me ha visto. En penumbra sosteniendo en sus brazos a nuestro pequeño bebé Romel, ese pequeño arcoíris de quien ya les he hablado. Y me pregunto: ¿Qué estará pensando?, ¿qué sentirá él, “mi muñeco” como yo lo llamo, mi marido? Lo veo apacible, sereno, como si lo disfrutara. Y sí, disfruta tener en brazos a su retoño. A veces yo también lo disfruto. A veces.
Hoy fue un día muy pesado para mí, de esos que todas tenemos alguna vez, o muchas veces, no llegó la señora que ayuda con la limpieza, la casa estaba volteada al revés después de todo el fin de semana, la corredera de la mañana para tener listos a los niños para ir a la escuela y de pronto me encontré con la montaña de labores por hacer; pero a las 8 de la mañana lo tomé con calma. Me tomé mi café. Respiré hondo y comencé. Los trastes acumulados, las cargas de ropa en la lavadora una tras otra, luego a la secadora, olvídense de doblar y guardar, ¡No!, eso mañana Dios dirá, barrer un poco, hacer comida y mi pequeño Romel sin poder conciliar el sueño por más de una hora, puras siestecitas de 10 minutos y cualquier ruido lo despertaba, así que yo tratando de no hacer ruido, él metido en la carreola pidiendo mis brazos y yo corriendo como loca de un lado a otro. Se llegó la hora de ir por los enanos (los que salen temprano) y allá voy y allá vengo, todos comen a deshoras, así que es un desfile que parece interminable, luego a hacer tarea y confieso que ya para esa hora estaba vuelta una histérica, pero aquí estaba él, “mi muñeco”, quien saltó en mi ayuda como Chapulín Colorado y tomó el cuaderno de uno de los niños y con toda su paciencia le explicó para poder terminarla. Luego más trastes y más lavadoras, sacar la basura, y otra vez a barrer, y preparar mochilas y uniformes y el pequeño Romel seguía sin dormir. No necesito explicar lo necio que se puso el pobrecito, apenas tiene 2 meses. Así que me detuve un rato, lo cargué en mis brazos y logró dormirse unos minutos hasta que lo despertó un portazo. Estuve a punto de rendirme, pero aún me faltaba hacer la merienda, bañar a los niños, poner pijama y a dormir.
Siete de la tarde y mi día aún no termina. Sigue la cena de mi esposo, que vuelve del trabajo cansado también, y mi cena, y Romel aún sin dormir. Y de pronto… ¡¡¡el silencio!!! Cayó dormido en sus brazos completamente suelto, plácidamente soñando quizás entre las nubes, calientito, pegadito a su pecho, escuchando muy cerquita latir el corazón de su papá. Supongo que está feliz. Yo me sentí feliz. Simplemente los observo y pienso en la fortuna que tengo de poder contemplar un padre maravilloso meciéndose de un lado a otro, arrullando a mi pequeño bebé. Y me hago consiente de lo mucho que hace por mí y que a veces no me doy cuenta. ¿Qué le puedo decir, sino GRACIAS? por ser esa mano que me soporta, esa mirada que me entiende, esa voz que me calma, esa fuerza que me alienta, ese amor que me recarga. Gracias muñeco.