Por Valeria González
Al final de las vacaciones llegué a sentir como si estuviera viviendo con el enemigo. Tengo que confesar que por eso no había escrito durante estas semanas. Hoy todo va mejor, pero de verdad hizo falta muchísimo trabajo interior.
Mis hijos son mis grandes maestros, fue por ellos que empecé un camino para madurar espiritualmente. Enfrentarme con problemas de salud de mi hijo, a su llanto constante durante dos años consecutivos por un problema de reflujo ácido, talla y peso bajo por un problema del riñón y terapias para tomar tono muscular, no tener un diagnóstico preciso, me hizo entrar en una búsqueda de respuestas y de paz. Mi esposo y yo visitamos muchísimos doctores, gurús, chamanes y brujos, de todo. Hasta que nos dimos cuenta de que las respuestas siempre están en quien formula la pregunta.
Estudié Medicina Germánica (el origen mental o emocional de las enfermedades), y al entender el por qué, empecé un proceso terapéutico para sanar y madurar espiritualmente. Los frutos de este proceso son invaluables. Hoy no puedo juzgar como “malo” lo que le sucedió a mi hijo ya que su llegada nos llenó de regalos al poder percibir con amor aquello que estábamos viviendo.
Y mi hija, es una niña hermosa, fuerte y sana, pero… es mi espejo. Este detalle le dice quítate que aquí voy a la situación que viví con mi hijo. Lo que tengo que aprender de esta pequeña gran maestra a veces es muy muy doloroso.
Me gancho y se gancha conmigo. Ella es un amor con el resto de las personas y conmigo, a veces solo quiere molestar. Eso es lo que llegué a pensar hace un par de semanas. ¡Siento que estoy viviendo con el enemigo! Alguien que hace las cosas con el simple objetivo de molestar. Ya sé que las psicólogas o expertas en disciplina positiva me dirán que busca atención, que busca aprobación, venganza, etc… De verdad que en el proceso de ser una mejor mamá durante 7 años me he metido a varios cursos: PECES (Padres Eficaces Con Pensamiento Sistemático); Disciplina positiva y todos los libros habidos y por haber: Crianza feliz, Ni rabietas ni conflictos, Tu hijo tu espejo, La maternidad y el encuentro con la sombra, Educar en el asombro y tooooodos los libros de Carlos González y Laura Gutman. Y sí, tengo muchas herramientas después de todo ese aprendizaje, preguuuntame (como diría el personaje de Derbez), pero nuevamente la solución no está en las herramientas, claro que ayudan, aquí la cosa es mucho más profunda, tan profunda como el miedo al amor.
En cuanto a que me espejeo en ella, hay muchas cosas que he perdonado y me he perdonado. Así como con mi hijo, inicié un proceso terapéutico para ver aquello que ocultaba y salía en mi relación con mi hija. Fue maravilloso y liberador, aunque aún falta camino por recorrer. Con mi hijo es muy fácil poner todas las herramientas aprendidas de crianza en práctica, pero mi relación con mi hija es un hueso difícil de roer para mí y lo único que he logrado con el conocimiento de todas esas herramientas es sentirme muy culpable.
Hace poco leí un artículo titulado “Las 10 cosas que nunca debes decirle o hacerle a tu hija”… yo he hecho casi todas. No soy un monstro tampoco (aunque igual mi vecina piensa que sí), pero suficiente para sentirme súper mal. En todo este caminar hoy creo realmente que soy totalmente responsable de lo que percibo en el mundo, ¿por qué estoy proyectando problemas con mi hija? ¿por qué?
La respuesta siempre llega cuando se hace la pregunta adecuada y la pregunta no es ¿por qué? Sino ¿para qué? ¿Para qué está pasando esto? ¿Para qué pasa esto, ahora que me siento tan en paz, tan tranquila, cuando ya hice todo este trabajo interior de perdón? ¿faltará más? Pero si me sentía excelente, segura, amada, todo en su lugar.
Y la respuesta llegó. Mi amiga Linda y yo estábamos en una granjita con los niños y me dice así nada más lo hacemos para seguir en el drama, para fregarnos la existencia. Me cayó el veinte, así de crudo y al grano. ¿Para qué reacciono así con mi hija, con mi niña, con la personita que más quiero en el mundo? ¿Para qué, si ya me sentía tan bien? Por un miedo profundo, arcaico, muy humano y terrenal del amor, lo que provoca una atracción insana por la culpabilidad. Qué paradójico es querer el amor y la paz que supera todo razonar y en el fondo rechazarlo y temerlo tanto que en la vida me meto zancadillas sola.
¿Qué es lo que puede generar más culpa en una madre? La culpa que me generan mis reacciones, merece castigo. Esto es a nivel inconsciente: cuando siento culpa por algo es mejor castigarme sola que esperar a que me castigue la vida o Dios o el universo (de cualquier manera, el castigo de la vida, Dios o el universo es totalmente hecho por mi). En la religión católica le dicen expiación. Me tocó ver túneles en Atotonilco Guanajuato, donde cientos de personas se meten a flagelarse por días para pagar sus pecados. Lo cual está perfecto para ellos porque salen sintiéndose limpios y puros, por lo que para efectos prácticos cumple su función ya que, puedo ver claramente la diferencia de conducta, pensamiento y experiencias de alguien que se siente el peor pecador y alguien que se siente amado por Dios.
En la mayoría de las religiones existe este concepto con otras palabras y otra forma de hacerlo, aunque el fondo es el mismo, como pagar el karma o la rueda del samsara, por ejemplo (aunque muchos digan que es diferente, en la forma si, pero en el fondo es igual ya que de alguna manera tengo que pagar algo o cumplir algo).
Yo hago lo mismo, le temo tanto al amor completo, a la abundancia y a la paz que supera todo razonar, que me meto zancadillas con algo que me va hacer sentir culpable, muy culpable y caigo en un círculo vicioso, ya que la culpa me hace sentir inmerecedora, carente, indigna del amor. Y pago ese inmerecimiento castigándome, simbólicamente me flagelo como los señores de Atotonilco. Y salgo del “castigo” sintiéndome digna nuevamente, pero que no me vaya a sentir totalmente amada, totalmente digna, porque si no, vuelvo a hacer lo mismo. La rueda de la vida. Y así me mantengo “a salvo” del amor, porque en nuestra locura, le tenemos terror al amor total.
En fin, lo que tengo que sanar ahora es eso. ¿Cómo? Supongo que me hace falta seguir madurando mi espiritualidad, seguir perdonando y quitándole capas a la cebolla. Y se lo entrego al Espíritu Santo o al Maestro Interno, porque yo de plano no sé. Al menos al hacerlo consciente me siento mejor y puedo ver una luz en el camino al corregir mi error de percepción de carencia y hoy me puedo sentir más amada y en paz sin “castigarme” (tanto).