Contemplar enseña diez veces más que buscar y cien veces más que perseguir.
Por Susana Veloz
Queriéndome alejar de la rigidez científica con la que muchos de los libros de biología o ciencias tratan el tema de la ecología, termine eligiendo aquel que no sólo abriría mi mente al tema, sino también mi humanidad y mi corazón.
Dentro de sus 16 capítulos que algún día fueron parte de las columnas que escribió para el diario español El País, Joaquín Araujo en su libro Ecos…Lógicos (Ed. Maeva, 2000) transforma aquellas tediosas clases del ciclo del agua, la erosión de la tierra y la evolución de las especies, en una fábula. Una fábula que poco a poco nos mimetiza con el resto del mundo: el agua, las aves, el aire.
En capítulos como “El sentimiento de la naturaleza”, Araujo nos lleva de la mano, una mano romántica, a reconocer la importancia de respetar y cuidar a la tierra o comprender la conexión natural que hemos perdido con el resto de las especies. Nos inspira a quedarnos callados frente al sonido del aire que pasa por las hojas de nuestro árbol más cercano y a detectar entre la hierba a ese insecto que comparte una parte importante de nuestro DNA.
Y con aquella sutileza del maestro que nos descubre distraídos, nos avienta en capítulos como “La política ambiental” o “Contaminación”, esa bomba llena de errores que como humanidad hemos cometido contra natura y de olvidos que nos cuesta ahora enfrentar.
Basta con leer en uno de sus capítulos la frase “…contemplar enseña diez veces más que buscar y cien (veces más) que perseguir” para comprender lo que Araujo nos pide: que miremos más allá de ese supuesto raciocinio que caracteriza a los nuestros y que comencemos a usar los sentidos y descubrir ese lazo invisible que nos une con todo, porque hoy en día, de eso depende nuestro seguir aquí por más tiempo.