Por Liliana Contreras
Junio fue un mes muy saturado de actividades para mi familia. Cambiamos el local donde trabajo y nos mudamos de casa. Para quienes sepan lo que es cambiar una casa, sabrán que dos mudanzas en diez días pueden volver loco a cualquiera. Sin embargo, lo hicimos. Aún quedan algunas cajas que vaciar, la ropa está en el clóset, aunque un poco desordenada, no hemos conectado la secadora ni han terminado de pintar, pero ya cumplimos tres semanas en la nueva casa y un mes en el nuevo local.
En nuestro segundo fin de semana, tuvimos una reunión con la familia de mi esposo, en la que compramos cochinita pibil (la cual recomiendo ampliamente). Ese sábado cené de prisa, entre las vueltas a poner una película, calentar las tortillas, cargar a Nicolás o darle un vaso de leche a ChuyCarlos. Nos dormimos a las 5 de la mañana. El domingo no estuve en casa en todo el día, así que no participé en el recalentado. Me tocó cenar ya tarde y un poco frío.
Lunes, al fin. Salí del consultorio a las 8 de la noche. Llegué a mi casa y, muy entusiasmada, me preparé dos tacos de cochinita. Les puse un poquito de salsa, calenté las tortillas en el comal (lo cual no ocurre casi nunca), un vaso de agua de jamaica y ¡lista! A comer-cenar.
Me senté.
Nicolás empieza a llorar porque le toca el biberón.
¡Oh, dios!
Me voy al sillón, acomodo un cojín y una cobijita que me sostenga un poco el brazo. Cargo a Nicolás del lado izquierdo y, sí, lo confieso, me como mis tacos con el lado derecho, con el pendiente de que le chispeara, manchándolo de cochinita o, peor aún, de salsa.
No es la primera vez que pienso que soy la única mamá que hace cosas como éstas: comer arriba de mi bebé. A veces, también lo confieso, tengo a Nicolás en brazos, sostengo el biberón con el mentón mientras corto un bocado; lo acuesto entre mis piernas y la silla del comedor, para poder trabajar en la computadora; lo cargo con mi banda, para poder cambiar la ropa de ChuyCarlos; lo dejo cinco minutos en el porta bebé cuando llegamos de la calle, para poder ir al baño. Y me pregunto: ¿soy una mala madre?
Días después, estoy con dos amigas a quienes les revelo el gran pecado (yo por dentro, sintiéndome muy mal conmigo misma) y, cuál fue mi sorpresa, ¡ellas también lo han hecho! En ese momento, me doy cuenta de que esa es la historia de las mamás. Mamás de antes o mamás de ahora. En la actualidad, somos mamás, queramos o no, multitarea. Sin importar si nos etiquetamos como ama de casa, empleada o emprendedora; madre soltera, casada o divorciada, todas tenemos varios roles y varias tareas que acortan nuestros días.
Si de los casi 20 millones de mujeres laboralmente activas en México, el 75 por ciento somos mamás, quiero pensar que a una gran proporción de nosotras nos ha tocado comer-cenar a medias; decidir entre comer con nuestro bebé en brazos o no comer; dormitar mientras le damos el biberón o el pecho y no saber qué pasó en las últimas milésimas de segundo; despertar y buscar a nuestro hijo entre las sábanas, porque no recordamos que lo pasamos a su cuna.
Lo que es realmente grave, desde mi perspectiva, es que nos exigimos demasiado a nosotras mismas. Creemos que debemos hacerlo todo y hacerlo a la perfección. Asumimos una gran responsabilidad al ser mamás, pero, pocas veces nos dicen que podemos hacerlo con ayuda. Lo que nos reconforta no es la ayuda en sí misma, sino saber que hay más mujeres que experimentan la maternidad de la misma forma que nosotras.
Encuentra este artículo en nuestra Edición Impresa No.06