Por Rebeca Morales
Siempre escuché que el tener hijos te cambia la vida y nunca entendí el significado real de esta frase, hasta que me convertí en mamá.
Yo amo mi “trabajo”; y lo pongo entre comillas porque, para mí, no es trabajo, me encanta lo que hago. Soy diseñadora de modas y estoy a cargo de la línea y tienda de ropa Vainilla y Avellana. Y así era mi vida, entre telas y encajes, esposo y familia, amigos y un poco de lectura, hasta que llegó a mi vida mi primer hijo.
Pablo llegó a enseñarme a dar. Para mí, como supongo para muchas, fue difícil tener que ceder parte de mi tiempo, de mi trabajo, de mi espacio. Ahora valoro enormemente el trabajo de las mamás. Llego a enseñarme la aceptación. Sí, el aceptar que yo soy mamá de Gerber y frijoles Isadora, que yo no soy una mamá de paseos diarios a la plaza, que no soy mamá de tiempo completo, pero soy una mamá completa que los ama profundamente.
Obviamente, al aceptarme yo, viene lo más maravilloso de todo esto, aprendí a aceptar también a mis hijos, es por eso que trato de no “moldearlos” a mi gusto, trato de dejarlos ser y disfruto el sorprenderme cada día al verlos crecer y conocerlos más. Pablo llegó también a enseñarme a ser flexible y adaptable, aprendí que la vida a veces tiene otros caminos que yo no había visto o no había planeado y, a veces, hay que ceder.
Y así podría nombrar algunos aprendizajes más, no se diga cuando nació Nicolás, mi segundo hijo.
Sé que también me falta mucho por descubrir todo eso que vienen a enseñarme; pero por lo pronto los disfruto, los abrazo, los beso y “me lleno” de ellos.
Antes de aprender todo esto, alguna vez pensé en dejar mi trabajo, pero el solo hecho de pensarlo me ponía muy triste. Así que decidí seguir, aprendí a aceptarme así como soy de mamá, siempre ando buscando el equilibrio; a veces partiéndome en pedacitos porque, como supongo les ha pasado, no me alcanza el día, pero siempre tengo presente en mi corazón lo más importante: mis hijos, ¡mis pequeños grandes maestros!