Ser amables, regalar sonrisas, compartir un almuerzo, ayudar a levantar al niño que se cayó en el recreo.
Por Alex Campos
Cada mañana al dejar a mis pequeños en la puerta de su colegio, paso por instantes cargados de todos los sentimientos existentes y una extraña mezcla de pensamientos: los buenos, los malos y los que queremos evitar.
Cada día el adiós de sus manitas y sus ojos viendo a mi ventana remueven cada una de mis fibras. Cada mañana al despedirnos, sabemos que es el comienzo de una nueva aventura. Ellos, conociendo más del mundo y su gente y mamá lidiando con ese amor desbordante que nos hace ser la sobreprotectora, la más preocupona, aquella mamá que desearía asegurarse de que cada instante de sus pequeños sea bueno. ¿Te pasa lo mismo?
¿Has oído aquella frase que dice que la vida no se mide por las veces que respiras, si no por los momentos que te dejan sin aliento? Cuando te conviertes en mamá, la entiendes perfecto. Tantos momentos que te dejan sin aliento, experimentas nuevos sentimientos, una extensión de ti abre un nuevo camino y la vida ya no sólo se trata de ti sola, sino de ti y de esos ojos grandes y pispiretos que te observan y te siguen las 24 horas del día.
Pasamos la mitad de una vida deseando y buscando ser “EL TODO ” de alguien y alguien debería explicarnos que ese ser, será un pequeñito que hará de tu vida en sus primeros años, la más intensa, loca, cansada y hermosa, que en su despertar y antes de cerrar sus ojos para dormir, lo que querrá ver será tu rostro, que le des un beso de buenas noches y le digas un “Te amo” para hacer de ese momento un abono a su seguridad y por supuesto un elemento más a su lista de “porque mi mami es la mejor”.
Su pequeño mundo está lleno de momentos mágicos, juegos y creatividad, una buena dosis de imaginación y muchas risitas y lagrimitas porque si. Los niños, son simplemente niños, ellos copian lo que ven, repiten lo que oyen y hablan tal y como lo sienten y piensan.
¿Te imaginas cómo sería si todos los papás del planeta les enseñaran a sus pequeños a ser “buen compañero de clase”? ¿Qué sería de este mundo si a cada uno de los pequeños que en unos años más serán nuestra nueva generación les enseñáramos a buscar a toda costa la tranquilidad que da un ambiente cordial, la satisfacción de hacer sentir bien al de al lado, la felicidad a través de la sonrisa del otro y una mirada empática hacia quienes nacieron en condiciones diferentes?
El tema de la violencia en las escuelas, en la calle, en la vida, no exagero, de pronto me aterroriza. Me aterroriza pensar que alguno de mis hijos pueda ser violentado o “el violento”, porque, abramos los ojos y nuestro panorama cómo papas, fácilmente ponemos en el papel de victimario a nuestro pequeño, pero de pronto pudiera ser el que, por algún motivo, se convierta en “el buleador”.
Los adultos tenemos momentos de inconsciencia, de pérdida de enfoque, de devaluar lo que los niños pequeños logran entender o captar, y esas son las pequeñas grandes y malas contribuciones que hacemos al futuro de la humanidad.
La vida va a toda velocidad, cada día hay más actividades con las que cumplir, aspectos sicológicos que tomar en cuenta, responsabilidades que añadir a la lista de “ser el padre que intenta hacer lo correcto” y entre tanto qué pensar, qué hacer y qué decir se nos olvida enseñar lo más importante para funcionar como humanos que le agregan valor a este mundo.
Ser amables, regalar sonrisas, compartir un almuerzo, ayudar a levantar al niño que se cayó en el recreo, pedir las cosas por favor y ser “el popular” porque es empático, porque incluye y porque ama a su alrededor.
Si esto lo enseñáramos en cada hogar, cada mañana antes de decirle adiós a nuestros pequeños o cada noche después de dar el beso y el “dulce sueños”, no habría mamás a la puerta de una escuela deseando que su pequeño nunca sea “buleado” ni “violentado”. Sería un mundo donde los padres se preocupan más por enseñar a sus hijos cómo ser amables y no cómo ser el más popular, varoncitos educados para ser caballeros e inclusivos, no el más fuerte ni el más rápido.
Pero este es nuestro mundo real. Tú y yo, que ahora somos mamás, pensamos y sentimos igual, deseamos y oramos por igual y por esto estoy segura de que, cada mañana, al decir adiós, ya habrás platicado con ellos de lo que significa la empatía, el amor y la amistad.
Por suerte somos muchas mamás en esta vida tratando de educar.