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Quiero escribir

Sylvia Georgina Estrada

 

Yo conozco el poder de la palabra,
yo conozco su llamado poderoso.

Vladimir Maïacovski

 

La biblioteca de mis abuelos tenía más de cinco mil libros. En el sopor del verano, cuando las vacaciones duraban dos meses y los campamentos infantiles sólo servían para entretenerte un par de semanas, el frescor umbrío del estudio rodeado de plantas se convertía en un oasis irresistible. Mis padres trabajaban todo el día y la muchacha que ayudaba en la casa sólo se ocupaba de que mi hermana y yo comiéramos algo medianamente nutritivo, y de que no nos metiéramos en problemas (usar la estufa, ver telenovelas, bañar y/o torturar al gato).

Así, sin un guía que me dijera cuál autor era bueno, qué libro era una pérdida de tiempo, cuál era la obra maestra que no debía obviar, leí a destajo cualquier volumen que llamara mi atención. Humillados y Ofendidos de Fiódor Dostoievski, El libro de las Tierras Vírgenes de Rudyard Kipling, Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie, Azul de Rubén Darío. La mecánica era la siguiente: si el libro tenía entre 400 y 500 páginas se leía en un día, si tenía 200 había que leer dos ejemplares en una sola jornada. Este ejercicio tuvo tres consecuencias: durante la mayor parte de mi infancia me alejé de los problemas, nuestro gato vivió tranquilo durante 10 años, y mi vida quedó atada a la escritura.

Soy madre de Allegra, una niña de 13 años, y con ella he compartido mi amor por las letras. Recuerdo que era una bebé regordeta, que aún no había dado sus primeros pasos, y su objeto favorito era El libro del teléfono, un simpático cuento estilo pop up que contaba con un botón que, al presionarlo, producía el característico sonido del timbre de teléfono. Allegra podía escuchar ese cuento por horas. Me apena un poco confesar que muchas veces llegué a esconderlo, cansada de contar la misma historia una y otra vez.

Me prometí que jamás obligaría a mi hija a leer. Yo no considero que la lectura sea un hábito, como cepillarse los dientes o tender una cama. Creo, como dijo Jorge Luis Borges, que “la lectura debe ser una forma de felicidad” o, como escribió Susan Sontag, que la literatura permite “escapar de la prisión de la vanidad nacional, del filisteísmo, del provincianismo forzoso, de la inanidad educativa, de los destinos imperfectos y de la mala suerte”.

Yo no tengo una biblioteca de cinco mil libros para Allegra, pero sí mucho entusiasmo. Bien dicen que el amor por la literatura no se enseña, se contagia. Y la experiencia literaria tiene dos lados: la lectura y la escritura.

Tengo el privilegio de pertenecer a una familia que tiene el periodismo en la sangre. Mi abuelo, Antonio Estrada Salazar, fue director de varios periódicos del país, hasta que decidió fundar uno propio en Saltillo: El Independiente. Mi padre, Jorge Arturo Estrada, también dirigió este medio familiar hasta que, debido a la crisis de 1994, tuvo que cerrar. Desde que tengo uso de razón he escuchado hablar sobre periodismo, política, arte y comunicación; jamás faltará un periódico en casa. Digamos que seguí el camino que tenía trazado frente a mí. Allegra escribe desde hace cuatro años una columna semanal en la que recomienda libros infantiles, ella es la cuarta generación de los Estrada que publica en un diario.

Me dedico al periodismo cultural desde hace una década –actualmente soy editora de la sección Arte del periódico Zócalo Saltillo-, así que me ha tocado escuchar las palabras de premios Nobel de Literatura como Orhan Pamuk, José Saramago, Derek Walcott, Herta Müller o Mario Vargas Llosa. Pero lo que más disfruto es entrevistar a personas que, a través del arte, las ideas o la literatura, han seducido a miles de personas.

El periodismo me da la oportunidad de enfrentarme con un fragmento de la historia y compartirla a través de la escritura. Como los periodistas trabajamos al día, a veces olvidamos que tenemos acceso a personajes que dejan huella y que, incluso, pueden transformar pensamientos, sensaciones, emociones. Lo que intento es mostrar a los lectores lo que se está haciendo en las distintas disciplinas culturales en la ciudad, pero también en el país. El periodismo tiene el deber de ser un vínculo, un mediador, pero también un actor crítico y activo, generador de ideas y propuestas.

Gabriel García Márquez tenía razón, “el periodismo es el oficio más bello del mundo”, lo malo es que no tiene horario de salida. Quienes trabajan en un medio de comunicación saben que a veces hay que sacrificar días de descanso, vacaciones, o trabajar horas extras para que salga la edición diaria. También hay que viajar a otras ciudades y estar lejos de casa durante días o semanas, y eso tiene un peso cuando eres madre. Tengo la fortuna de contar con una familia que me apoya y siempre ha estado para mí y para mi hija, eso es oro molido.

En los últimos años he publicado cuentos y poemas en distintas antologías, también escribí un libro de entrevistas (La Casa abierta, conversaciones con 25 poetas) y otro infantil (El Libro del Adiós), ilustrado por mi hermana Estefanía Nicté Estrada. Sin mi trabajo en el periodismo impreso, una auténtica escuela para la escritura, estoy segura de que no habría sido posible.

En una sesión del Seminario permanente de formación literaria “Francisco José Amparán” ―al que asisto desde hace un par de años― su coordinador, Julián Herbert, confesó que él escribe para que lo quieran. Yo escribo para que mi hija me ame, pero también para querer a la mujer que soy ahora, y encontrarme, aunque sea por algunas horas, con esa niña flaca que pasaba sus veranos devorando historias y que soñaba con crear otras aventuras, todas propias. Así nunca estaría sola.

Alejandra Peart: Arquitecta y Licenciada en Letras Españolas con Maestría en Creación Literaria. Fundadora y Directora Editorial de Editorial Atemporia. Escribí el poemario En estas horas (Ed. Minimalia, 2004). Actualmente soy Directora de Contenido de la revista NES No Estás Sola, promotora cultural, editora, poeta, diseñadora editorial, feliz mamá de Rodri y esposa de Jorge. This is me.
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