Por Daniella Monarez
Tengo tanto sueño y mi hija sigue haciendo travesuras.
Mi mamá nunca se cansa, yo por el contrario vivo agotada.
La combinación de ser madre y residente me ha dejado una fatiga tan tremenda que he dormido mientras espero el verde del semáforo, en medio de alguna charla telefónica o en el cine. Algunas investigaciones prueban que luego de 20 horas de desvelo, el rendimiento de una persona equivale al de alguien con un nivel de alcohol de 0.1%, y si eso es verdad, realmente he estado muy ebria.
Esta situación es cotidiana durante la vida del médico, sobre todo durante el periodo de formación, que es precisamente en el que me encuentro, y la mayoría de los que tienen el poder de cambiar estos tremendos horarios siguen sin encontrar una buena razón para erradicar las guardias de 32 horas. Pero así es la medicina, una carrera llena de sacrificios desde el inicio, aquí sobresale el que no se queja ni le duele nada o el que se queda a la guardia de castigo, en fin, el que no alza la voz.
En ocasiones mis jornadas tan extenuantes han ocasionado que pierda fácilmente la paciencia que tanto merece mi hija. He explotado por pequeñeces, la he regañado y no me he puesto en sus zapatos. Esos zapatitos que sólo ven a mamá 12 de cada 72 horas. El sentimiento de culpabilidad es directamente proporcional al grado y modo de perder la cabeza, y aunque intente reponerme, el grito ya está hecho. Entonces me pregunto si realmente toda esta inversión de tiempo está valiendo la pena, a costa de quién sacrifico el cumplir mis sueños y no entiendo por qué anhelé algo tan difícil. Desconozco y tengo miedo de las consecuencias que pudiera estarle ocasionando a terceros.
Estoy empeñada en sacar adelante esta especialidad y maestría, sé que con ello se abrirán puertas, aunque tope en varias paredes. Me es difícil reponerme de los obstáculos académicos a los que me enfrento, me da terror no tener la fuerza de combatirlos o si seré juzgada porque no valió la pena arrebatarle todos los sábados de un año a mi hija, pero me da más miedo aceptar que tal vez un día llegue el punto en el que tenga que aceptar un “no puedo”.
¿Cómo saber si sólo el cansancio es el que está hablando?, y ya mañana que haya dormido y descansado tenga la energía suficiente para seguir adelante.
Lo que sí, es que espero tener la fuerza suficiente para alzar la voz y si algún día me siento en una silla con el peso suficiente para mejorar las condiciones de los médicos en formación, espero recordar estas palabras y hacer algo por ellos, mis colegas. NES.