En su libro de la vida, habrá lluvia, sol, viento, tormentas, huracanes y... temblores.
Por Alex Campos
En su libro de la vida, habrá lluvia, sol, viento, tormentas, huracanes y… temblores.
Siempre he pensado que estamos hechos, en esencia, de buenos, malos y ni malos ni buenos momentos. Que, desde pequeños, a través de todo tipo de estímulos, aprendemos o “entendemos” que, para ser feliz, hay que evitar los malos ratos, que una mala noticia es igual a una “tragedia”, que venimos al mundo a buscar la pura felicidad, los buenos momentos, las noticias que nos hacen brincar de emoción.
Hace unos días, con el temblor que se registró en nuestro país, pensaba en cómo nos parecemos a los edificios y la vida al temblor. Todos hemos tenido nuestros propios temblores, aquellas sacudidas que nos mueven del lugar dónde estamos parados, ventarrones, tormentas, días muy calientes. El fenómeno lo podríamos equiparar dependiendo la situación que enfrentemos.
Si nuestros cimientos y columnas no son resistentes y no fueron levantados sobre bases sólidas, la humedad, el moho, los cristales rotos por una fuerte racha de viento y todo lo que deje “un fenómeno” será difícil de quitar.
Son en esos momentos de nuestros temblores internos que debemos entender que, para que crezca nuestro ser y vivamos en calma, debemos remover los escombros y dejar atrás eso que luego del fenómeno vivido ya no funcionará, aquello que por alguna razón no ayudó a sostener bien nuestros cimientos y nos puso en un estado vulnerable.
La pérdida de un ser querido, el fin de una relación, enfermedad, cambios repentinos, retos no cumplidos. Todo aquello que nos sacude y nos expulsa de la carretera en la que manejábamos, lo comparo con un temblor. Te asusta, te entristece, te roba paz… pero al final te obligó a remover todo aquello que en tu esencia no aportaba y así, si lo permitimos, si nos damos permiso, comenzamos la reconstrucción, la remoción de escombro y el momento de gratitud porque sigues ahí.
Eso quiero enseñar a mis pequeños. Quiero contarles que, en su libro de la vida, habrá lluvia, sol, viento, tormentas, huracanes y … temblores.
Y para estar preparados (aunque nunca se esté del todo listo) hay que dar reparación de vez en cuando a los cimientos de nuestro ser, del alma. Reparar las goteras luego de una decepción, la humedad luego de un momento difícil en el que nos llueve. Para que cuando llegue el “temblor”,
su casa, su ser, esté fuerte. Y de ser así, tal vez ese temblor consiga movernos, incluso, derrumbarnos, pero con cimientos fuertes no será difícil reconstruirnos y pulir nuestra esencia.
A los grandes amores de mí vida: no importa cuántas veces sean derrumbados, si no qué hacen con los escombros. No importa cuántas goteras se hagan en sus techos sino cómo las reparan. Y, por supuesto, no importa cuántas veces un temblor derrumbe su edificio, el mío siempre estará abierto para ustedes.
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