A veces nos grita, a veces nos canta, a veces nos llora, y qué podemos hacer, si no escucharla, sentirla, respetarla, entenderla y venerarla.
Por Elena Hernández
La Madre Tierra nos habla a través del viento, de la lluvia, del fuego en su interior, del rugir de los volcanes. Nos habla a través de las montañas que nos resguardan y vigilan, de la serenidad de los ríos, de la cadencia de los océanos, de la furia de los huracanes, del poder de los tornados, del sacudir de sus placas. Nos habla en cada amanecer y en cada noche estrellada. A veces nos grita, a veces nos canta, a veces nos llora, y qué podemos hacer, si no escucharla, sentirla, respetarla, entenderla y venerarla. Me queda claro que no siempre somos buenos con ella, o conscientes de ella; la ignoramos, maltratamos, la subestimamos. Y un día nos da muestra de su incontenible fuerza y nos sentimos sorprendidos e indignados, como si aquella sacudida que nos dio fuese una muestra premeditada de total falta de respeto hacia lo que se supone que representamos, esa “raza superior” que la gobierna.
¡Pero qué ilusos! Vergüenza me da que seamos tan ingenuos y tan miopes estamos que no vemos que el Sol es quien nos gobierna, que es la energía oscura la que nos mueve hacia una expansión infinita, completamente fuera de nuestro entendimiento, inalcanzable a nuestra escasa comprensión, y que no somos nada, ¡absolutamente nada! Aun así, le llamamos dominar y conquistar a tener “posesión” de un pedazo de superficie, una extensión minúscula de tierra en la cual a veces sembramos o tasajeamos, o fabricamos, o construimos sin mirar siquiera dónde estamos parados, lo que nos rodea, su historia, las fuerzas naturales que rigen ese espacio y así sin más nos instalamos y nos adueñamos de ello un momento, tan solo un momento. Porque recuerden amigos míos que estamos aquí sólo de pasada.
Pero qué más da, ya hemos sembrado aquí nuestra parcela, y nuestra existencia, igual que un suspiro o un pensamiento, se esfumará en menos de un segundo. Un segundo cósmico, ridículo espacio del tiempo en que tocamos esta maravillosa tierra, ¿por qué no darle su lugar y apreciarla?, ¿por qué no aprovechamos sus recursos en lugar de rechazarlos, o desviarlos, o bloquearlos, o excluirlos?, ¿por qué no vivir en paz con ella? Después de todo ese cuerpo que cada uno de nosotros habitamos está constituido por el mismo polvo que ha existido desde hace miles de millones de años y seguirá reciclándose una y otra vez a través de los tiempos aun cuando muy a nuestro pesar esta tierra, en la que hoy nos encontramos, nos haya tragado de un solo bocado.
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