Llorar no es propio de un género, ni tampoco el enojarse y tomar distancia es propio de un adulto.
Por Alex Campos
Acabo de recordar que mi hija de 4 años también tiene derecho a enojarse, frustrarse y a no querer hablarme. Por más adolescente que suene la frase “No quiero hablar contigo mamá”, es mi hija la que, viéndome a los ojos y muy segura de lo que estaba pidiendo, ha mostrado su capacidad para identificar que en ese momento su mamá la hace sentir enojada.
Me he quedado de boca abierta y con un cosquilleo extraño en mi cuerpo, pues esa demostración de independencia emocional de mi pequeña de 4 años me ha tomado por sorpresa y la verdad me asusta, pero al mismo tiempo me alegra.
Tengo que ser sincera, como mamá novata, (y no sé si algún día dejaré de ser nueva en este rol de madre) he tenido momentos en los que olvido que uno de los elementos más importantes en este trabajo de 24 horas es la paciencia.
Hay días en los que un berrinche por aquí y otro por allá, no me hacen daño, son de esos días en los que mi paciencia me proporciona incluso la paz para tolerar aquellos gritos y llantos que quizá se escuchan al otro lado de la calle, en la casa de los vecinos y en la tiendita de la esquina.
Pero seré muy sincera, esa paz no la tengo todos los días, hay ocasiones en las que el poco sueño de la noche anterior, la preocupación porque uno de mis hijos se enfermó o alguna discusión en casa me hacen una mala jugada. Ese día en el que, de manera muy inoportuna, aparece hasta el mínimo motivo para que alguno de mis niños demuestre que su pulmón funciona bien, es ese día cuando yo he coartado su libertad de expresión e independencia emocional. Si, soy culpable.
¿Soy la única en esta tierra? ¿O tú también eres culpable?
Ese día en el que te das cuenta de que el berrinche o la rabieta, el llanto más estruendoso que despierta al otro bebé o que no te deja escuchar tus propios pensamientos no va a parar pronto. Ese momento en el que estás deseando silenciosamente que el día acabe. Justo cuando disfrutabas de una rica comida, planeabas descansar por 5 minutos, cuando pensaste que todo iba perfecto o cuando tu vaso ya estaba medio lleno y sólo faltaba una pequeña gota para que el agua desbordara, justo ahí aparece “el berrinche” o la frustración, el enojo confuso y mal enfocado de una miniatura que por ser tu extensión quisieras poder controlar y dirigir a tu antojo, sobre todo en días de mucho cansancio y poca inteligencia emocional.
Ese tremendo grito, llanto o rabieta apareció porque dijiste que no podía comer un chocolate o porque el hermano le quitó el juguete que estaba usando, tal vez porque es hora de hacer tarea y pides que deje de jugar o porque no le compraste lo que en ese momento quería. En fin, razones sobran cuando se trata de hacer berrinche ¿o no?
Y aquí voy con mi confesión, para no hacer el cuento largo, en medio de esos gritos despavoridos de mis pequeños, he hecho uso de mi poder de jefa de la pandilla, pues en esos días o en ese instante, la “jefa del escuadrón” dice que no se llora sólo porque sí, que no está el horno para bollos, así que ante tales reacciones muy predecibles para una niña de 4 o un niño en sus “terribles 2” lanzo la frase nada tolerante: “Si sigues llorando te voy a castigar”. Lo sé, no es lo sano.
Los niños, por más pequeños que sean y por nulas preocupaciones que haya en su vida, comienzan a lidiar con tantos sentimientos que aún no saben identificar y por lo tanto no saben identificar que a veces el único modo que encuentran efectivo para poder expresarse y lidiar con ellos es a través del llanto… así canalizan el enojo, la frustración, la tristeza, confusión o cualquiera que sea el sentimiento que les invade su pequeño ser.
Debo recordar que poco a poco mis pequeños irán avanzando en su independencia emocional, que el hecho de que mamá tome decisiones y otorgue o no permisos, los hará sentirse de alguna manera y que no reprimirlos y dejarlos expresarse de una manera sana y con límites claros los hará sentirse cómodos e identificar los diferentes estados de ánimo y emociones de los que estamos hechos todos los humanos.
Si lo manejo bien, entenderán que se vale estar triste o enojado, que si sienten necesidad de llorar para sentirse mejor lo deben hacer libremente. Que el llorar no es propio de un género, ni tampoco el enojarse y tomar distancia es propio de un adulto.
Hoy prometo darles espacio a mis pequeños para expresarse de manera sana, aun cuando haya sido un día pesado, cuando la gasolina este en reserva o cuando sus razones para un enojo o un llanto sean ilógicos o absurdos para mí, aunque yo sea su madre y ellos no entiendan que todo lo que hago es por su bien, estoy segura de que algún día lo entenderán.
“Entiendo que te sientas enojada conmigo, cuando el enojo haya pasado estaré esperando para darte un abrazo”, fue lo que le dije a mi hija de 4 cuando decidió retirarme el habla. Para mi sorpresa y como si se tratara de palabras mágicas, aún no pasaban ni 5 minutos cuando ya pedía que la abrazara.
Este será mi abono a un mundo donde lo que sobra son enojos y frustraciones reprimidas: yo criaré personas sin miedo a expresarse y sin pena a llorar.
Así que, acepto, entiendo y abrazo la independencia emocional de mis hijos hoy para que el día de mañana se conviertan en adultos libres y conectados con sus emociones.