Ha llegado el momento de decirle a ese monstruo que ni una más, no permitamos que se lleve a ni una más de nuestras hermanas.
Por Daniella Monarez
Podría escribir cien hojas acerca del cáncer de mama, su diagnóstico, tratamiento y demás, pero la realidad es que no le pienso ofrecer ni una palabra más a esta estúpida enfermedad.
Hoy le dedicaré mi columna a las guerreras que se encuentran dándole batalla, y claro también, a las que lamentablemente ya la perdieron. Va por ustedes amigas quienes, con una sonrisa en el rostro, un fuerte corazón y una pañoleta han decidido emprender, tal vez, el reto más grande de su vida al enfrentarse a una bestia que no ha mostrado piedad cuando se trata de hacernos daño como género. Porque sepan que, si lastiman a una mujer, nos lastiman a todas. Así que ha llegado el momento de decirle a ese monstruo al que no le importa ni la edad, ni la posición social, ni mucho menos la sexualidad, que ni una más, no permitamos que se lleve a ni una más de nuestras hermanas.
Durante mi residencia en el hospital he tenido la posibilidad de ser parte del equipo que apoya a estas valientes mujeres. Mi rol como residente de anestesiología es estar con ellas durante su cirugía, que generalmente es una mastectomía. Desde al menos una noche antes vamos a su cama con la intención de conocerlas y, aparte de su historial clínico, intentamos comprender más a fondo la naturaleza de cada una, cómo lo han llevado desde su diagnóstico, los cambios en su entorno familiar, etc. Al día siguiente, cuando ingresan a la sala de quirófano, son recibidas por un gran equipo de trabajo, el mismo con el que convivo a diario y, a pesar de lo frío y distante que es ese lugar, hacemos todo nuestro esfuerzo por brindarles algo de calidez. Ya entrando en términos de anestesiología siempre sin lugar a dudas ofrecemos la mejor técnica para cada paciente. Siempre de lado del médico de base, cualquier esfuerzo o fármaco para evitarles dolor o alguna otra molestia son parte de nuestra meta, así como la movilización temprana y con los menos efectos secundarios posibles. No se escatima en atenciones nunca, su buena evolución es nuestra satisfacción.
No puedo omitir percatarme que en ese momento entra una mujer y después de aproximadamente dos o tres horas sale otra completamente diferente. Como si dejaran junto con esa pieza quirúrgica llena de cáncer recién extirpada también sus miedos y ansiedades, si, se va una parte de ellas, pero se llenan de una riqueza diferente, una extraordinaria. Reconozco que en si, la experiencia deber ser terrible y tengo que aceptar que son ellas las que me aportan más a mí, de lo que yo les pueda ofrecer.
Mi propósito de escribir el recuento de nuestras camaradas, a manera de un pequeño homenaje, es poder manifestar la empatía que nos hacen sentir. Me siento privilegiada de tener un medio de expresión tan noble como este en el que cualquiera que lo lea sepa que NO ESTÁ SOLA. Y si te encuentras ya luchando contra esto, quiero que sientas mi mano y la de todas tus hermanas mujeres apoyándote con el corazón. Con un mismo latido le declaramos la guerra, no debemos dejar que se lleve los sueños de nadie más. Y con esa misma mano con la que sostenemos nuestro corazón, toquemos nuestro pecho, a diario, semanal, mensualmente. Siempre. Es la única manera de aventajar.
Como mujer y madre, sobre todo de una niña que eventualmente se convertirá en toda una mujercita, mi mayor deseo es poder erradicar esta enfermedad. Como médico, tengo la firme convicción de que la ciencia hará justicia, ya que los avances que se han generado en las últimas décadas han provocado cambios de tendencia en la incidencia del cáncer de mama. Pero dejemos que los investigadores hagan lo suyo, y nosotras, lo nuestro. Tocarnos.