Viva la vida. Honremos la memoria de nuestros muertos.
Por Laura Prieto
Noviembre es para mí un mes especial, es místico por celebrar el día de todos los santos y el día de muertos. Al llegar noviembre, dejamos atrás las festividades patrias y la adoptada tradición Halloween, que no niego es también una de mis festividades favoritas. Mi abuelo materno murió el día de todos los santos, cuando yo tenía 7 años. Eligió una bonita fecha para partir, y de ahí empezó mi entendimiento de la vida y la muerte. Agradezco ser mexicana, ver la muerte como algo que es parte de la vida, difícil de aceptar, asusta, pero al menos tenemos la esperanza de que, en algunos momentos del año, nuestros muertos regresan para ver cómo estamos, a disfrutar de los manjares puestos en el altar, no se van del todo.
Tenemos muchas creencias acerca de que los muertos nos rodean. Me los imagino, como lucecitas, como fuegos fatuos que se estremecen, que vibran, se sienten, mandan señales de que en los momentos importantes o difíciles hay algún difunto que nos procura. Para los extranjeros es difícil de creer que uno vive rodeado de muertos, que regresan, que les cocinamos y que les esperamos con ansia y amor el día de muertos. México es tan bello y surreal que cada 2 de noviembre hace fiesta en el panteón.
Por mi estudio de tatuajes han pasado muchas historias de esperanza, después de la muerte, la ilusión del reencuentro. Es el consuelo que tenemos al aceptar que alguien que amamos ha muerto, pero no del todo. Una chica veía mariposas después de la muerte de su primo que se fue a muy corta edad, las mariposas la perseguían y se convenció que era él. Cuando inexplicablemente una mariposa salió de su auto, se tatuó una mariposa blanca. Otra amiga, en momentos álgidos de su vida veía colibríes en su jardín, se convencía de que era su abuela y se sentía amparada y con nuevos ánimos. Otra clienta, después de la muerte de su madre, veía florecer más hermoso el rosal que su mamá plantó, así que se tatuó unas rosas en el corazón, convencida de que su madre habitaba en ese rosal. Mi madre hermosa, que llora en pesadillas, siente en la cabeza la mano de mi abuela que la consuela y despierta mejor.
Somos afortunados de vivir en esta cultura, con esta celebración de día de muertos que viene desde el México prehispánico. Tradición fascinante, donde niños y adultos juegan con catrinas y comen calaveras de azúcar. Donde hablamos con los muertos, les cantamos, y bromeamos. Donde imaginamos que algún día todos estaremos volviendo a casa, juntos, para la eternidad. Nuestros difuntos viven para siempre, no se van, están en nosotros, en nuestro recuerdo, en la esperanza, en esta mágica tradición. ¡Viva la vida! ¡Honremos la memoria de nuestros muertos!