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Tributo a los muertos

Por Elena Hernández

Un par de cañas de azúcar, manzana, mandarinas, algunos tejocotes, su café de cada mañana, su cantimplora, su armónica, su libreta de apuntes, el escalímetro y la escuadra, sal, limón y tequila, las flores, los papeles de colores, las veladoras, su foto al centro y todos reunidos en torno a aquel altar de muerto que le hicimos a mi padre el año pasado. Recordamos anécdotas que vivimos con él a través de su paso por la vida, desde que era un mocoso hasta su último día, ese tercer sábado de junio que comenzó con unos zapatos nuevos, su camisa favorita colgada en el tendedero, esperando que el sol la secara para tenerla lista y usarla en esa reunión tan esperada con sus amigos entrañables de la infancia, a los que viera cada año con tanto entusiasmo y que en esta ocasión, sin saberlo, sería la última.

Le llamaban “El Keskis”, aludiendo al Gengis Kan, apodo que se ganó debido al look pelón de sus tiempos de secundaria. Soñador, bohemio y loco. Alto, moreno y flaco, su cabello estaba lleno de “caracolitos”, mismos que heredó a mi hermana, además de su modo de ser, un tanto obstinado. Le gustaba la fotografía, el campismo, el tenis y la carpintería, estudió francés, fue boy scout, escribía poesía y prosa, usaba siempre mayúsculas y Crucita, su hermana, le replicaba que él no escribía, sino que dibujaba las letras. Creo que de ahí viene mi gusto por la expresión escrita y una que otra manía de la cual soy eco de lo que él fue, como etiquetar los frascos de la comida antes de guardarlos en la alacena, mi disgusto por el pollo, el hip-hop, las cumbias, los hospitales, los funerales, las misas, las visitas sin avisar y las moscas. Yo conocí un pedacito de su vida, 35 años nomás, un modo de ser único, que sólo mis hermanos pueden comprender, absolutamente nadie más. Enseñó a leer a mi hermana antes de cumplir sus 5 años, nos enseñó también ajedrez a temprana edad, nos puso a estudiar etimologías, leer cualquier cantidad de libros, las tablas de multiplicar, los quebrados, el atlas, a entender el universo y lo minúsculos que somos, la energía atómica, Tesla, Einstein, Darwin, Curie, Castro, Musolini, Patton, Villa, Mozart, Lizst, Chopin, Bach, Beatles, Bee Gees, Carpenters, Marisela, Mafalda y un largo etcétera de personajes que rodearon mi infancia y la de mis hermanos. El creía mucho en la suerte, un día me regaló un dado de madera grande y me dijo: Esto es para que recuerdes siempre que “la suerte también juega”, dejando entreabierta esa posibilidad de que no podemos siempre controlar todo, que hay que tener fe, que hay una fuerza más grande que nosotros que de vez en cuando “nos ayuda”. No creía en la iglesia, esto fue la sorpresa para muchos el día de su muerte, “sin rezos, ni chingaderas”. Pero él creía en Dios fervientemente, hablaba y hacía tratos con Él desde muy chico, y uno de ellos fue, me platicó alguna vez, que lo dejara llegar al año 2000, fecha apocalíptica del fin del mundo. Creo que tenía curiosidad por los autos voladores, las máquinas del tiempo y las píldoras sintéticas que sustituirían todos los alimentos, nada de esto llegó con el año 2000, pero mi padre sí, de modo que a partir del 2001 y cada año que sobrepasó, él se sentía en deuda con Dios. Así era “El Keskis”. Nos tenía itinerario para levantarnos, tender cama, vestirnos, desayunar, ir a la escuela, quitarnos uniforme, comer, hacer tarea, jugar, arreglar uniforme del día siguiente, bolear zapatos, cenar, al baño y a dormir, todo dentro de un estricto orden de tiempo. Luego lo hacíamos por inercia, ya no necesitaba estar detrás como un general, ya todos íbamos bien encaminados. No somos perfectos, incluso aún con el mismo patrón de educación, los tres somos distintos. Pero los valores, las bases, la educación, la esencia es la misma. Y aclaro que no todo el logro es de mi padre. No, mi madre, de quien no estamos hablando aquí, fue siempre el pegamento que conservó unida esta familia, quien estoy segura mantuvo a mi padre cuerdo y a raya (aunque no lo parezca) todos los días de su matrimonio. Así que, en efecto, “El Keskis” tuvo siempre mucha suerte, hasta aquel final de sábado por la noche en que inició su camino a otro mundo. Y así como mi padre, el tuyo o tu madre, alguno de tus abuelos o tu abuela que te mira ahora desde un horizonte lejano y a quien recuerdas a tu modo a través de una fotografía, de una canción, un ramo de flores, de una misa o de un altar, están siempre presentes en nuestra voz, nuestros gestos, nuestros gustos y costumbres, incluso en nuestros hijos.

Rindamos tributo a los muertos, honremos su legado siendo la mejor versión de ellos mismos, porque somos el fruto de sus empeños, sus sacrificios y también de sus errores, en nosotros resuenan sus esperanzas e ilusiones y así nosotros también trascenderemos algún día.

Elena Hernandez: Nací un soleado día de abril, hace casi 36 años, la mayor de una familia que parece común pero no lo es tanto, llena de personajes interesantes como seguro cada familia tiene los suyos. Arquitecta de profesión, madre de corazón y soñadora por convicción. Hoy dejo la puerta entreabierta para que te asomes un poco a mi mundo, mis vivencias, mis alegrías, mis penas, y descubras conmigo este pedacito de mí antes de que se esfume con el viento.
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