Los hijos de divorciados tendrán un conjunto de temas que resolver en sus vidas que serán específicos a su situación de vida y a su reacción a la misma.
Por Dona Wiseman
En 1956 no era tan común el divorcio. En ese año nací y quizá mis padres hayan sostenido su matrimonio hasta principios de 1957, la verdad no tengo claro. El caso es que un día llegó mi padre a casa y mi madre se había mudado, con todo (hija, muebles, etc.). Yo viví de 1 a 3 años en casa de mis abuelos maternos. ¡De lo que se entera uno sobre su propia vida años después de que sucedió! El divorcio entre mis padres no fue un asunto agradable, ni tranquilo, ni civilizado siquiera. He escuchado anécdotas que tienen como personajes principales amenazas y escopetas. Mi bisabuela (la madre de la madre de mi madre) se refería a mí usando la palabra que en polaco significa “huérfana”. Evidentemente no era huérfana, pues terminé con mamá, padrastro, abuela materna, abuelo materno, papá, madrastra, abuelo paterno, abuelastra paterna, y abuelastra de parte de la madrastra. Aparte coleccioné un conjunto de 2 medios hermanos, 2 hermanastros y 2 hermanos adoptivos. Todo eso después de ser hija única de un matrimonio fallido.
Entonces, al entrar a la escuela a los 5 años, en 1961, era de los pocos niños que tenían un apellido distinto al apellido del resto de su familia. Ahora que lo recuerdo, creo que fui la única hasta secundaria o prepa. Era la única que se sentaba en la ventana de la sala cada 15 días esperando que llegara su “papá verdadero” a llevarla con él unos días. Y seguramente era la única que escuchaba a mamá y “su nuevo papá” (como llamó mi madre a su segundo marido) hablar sobre una pensión alimenticia que el “papá verdadero” no había pagado en algún tiempo y que tendría mamá que firmar para perdonársela, ya que él no tenía dinero para hacerlo, a pesar de que ya tenía él una esposa nueva que llegó a su vida con 2 hijos propios.
¿Me quejo? Nunca se me había ocurrido hacerlo hasta que llegué a procesos terapéuticos y me di cuenta que la situación en sí de ser hija de divorciados, aunque en la infancia y juventud la haya tomado como “lo que hay”, sí afectó en mucho mi manera de ser y de ver al mundo. Y no es que tenga una queja precisamente, pero sí me tomó un largo tiempo poder mirar mi vida y decir, sí, está bien, todo esto es parte de lo que me permitió llegar a ser quien soy hoy. Todas nosotras hemos pasado por situaciones de vida que nos han llevado a “ser” de una manera específica. Hemos formado nuestras personalidades en respuesta a esas situaciones. Y si hemos tenido mucha suerte, hemos llegado a tener guías, maestros, terapeutas, y/o papás, hermanos, parejas, que nos han acompañado de una forma adecuada en el crecimiento.
Lo que quiero decirles, sin caer en lugares comunes, es: los hijos de divorciados tendrán un conjunto de temas que resolver en sus vidas que serán específicos a su situación de vida y a su reacción a la misma.
Hace corto tiempo, mi padrastro me contó que se había sentido muy orgulloso cuando el director de la escuela primaria donde yo estudiaba había citado a mi mamá y a él para darles un reporte sobre mi rendimiento escolar. Yo sacaba puros 10 (A’s en EEUU en ese tiempo). Leía muchísimo, a un nivel 5 veces arriba de la expectativa de chicos de mi edad. Jamás faltaba a la escuela. Cumplía con todo. Era ordenada, callada, bien portada. El director les dijo a mis papás que los felicitaba por tener una hija tan bien adaptada siendo hija de padres divorciados. Me queda claro que nadie me estaba realmente viendo a mí. No daba lata, y así se determinó que yo estaba bien cuando en realidad era una niña de personalidad obsesiva-compulsiva, rígida, miedosa, perfeccionista y socialmente disfuncional.
¿Todo eso fue culpa del divorcio de mis padres? No. Yo formé esas características en respuesta al medio, a partir del temperamento y la genética que tenía. A mí, yo, individuo, niña, persona… lo que me faltó fue que alguien me viera. (Y sí, esa carencia es evidente en mi comportamiento hoy día…¡creo que ya me vio el mundo entero!) Los hijos se pierden en medio de la batalla entre mamá y papá. Nos usan como arma. Nos convierten en cómplices. Nos cargan responsabilidades que no nos corresponden. Un ejemplo de esto es cuando mi madre me decía, “No hagas eso porque tu nuevo papá se puede enojar.” Si ella quería tener contento a su nueva pareja, era chamba de ella, no mía.
Creo que la separación y el divorcio en muchos casos son necesarios. Creo – insisto – que mirar a los hijos durante y después del proceso es urgente. Los padres no resolveremos el carácter de los hijos. No los cambiaremos ni los haremos felices ni nada así. Mirarlos les ayudará a acomodar sus propias vivencias de una manera ecológica. Podrán determinar cómo están por ellos mismos y tendrán la oportunidad de trabajar con lo que les sucede, en vez de que, desde el exterior, alguien dictamine que están bien.
Mis hijos podrán escribir su propia historia – y espero que lo hagan.