Por Dona Wiseman
En este mundo hay personas abusivas. Bueno, cada una de nosotras tenemos un criterio propio para designar qué significa que una persona sea abusiva desde nuestra mirada. En días pasados comparé apuntes con una amiga y colega. Yo sentía que una persona que conocemos en común estaba actuando de una manera muy poco profesional conmigo y temía estarla juzgando muy severamente y en base a mis creencias rígidas. Pero no.
No está bien que otra persona tome ideas tuyas o mías y las haga propias. No está bien que alguien haga cambios en formas de trabajar que te afecten a ti o me afecten a mi sin dar aviso. Todos somos libres de tomar las decisiones que corresponden a nuestras vidas o nuestras empresas de manera autónoma. ¡Efectivamente! Es poco o nada ético, sin embargo, tomar esas decisiones sin un “¡aguas!” a las otras que se verán afectadas y quienes se han dedicado al trabajo en conjunto, creyendo en un plan o palabra dada. Menos cuando se hace, usándome o usándote, para quedar bien con terceros.
Creo firmemente en el derecho absoluto de cada individuo de cambiar de parecer y de decir, “Fíjate que aquello que te dije, pues siempre no.” En base a las experiencias que he tenido en este año, me encuentro cuestionando, muy hacia adentro, el grado de madurez, profesionalismo, honradez, autenticidad, y muchas otras cosas, de las personas con quienes me he relacionado, y por ende cuestionándome en lo personal el propio grado de conciencia en las mismas áreas.
Me gusta pensar bien de los demás. Me gusta pensar que hablan desde su centro, su realidad, desde un nivel de conciencia que no requiere de engaños ni manipulación y que no tiene miedo de hablar de frente.
Mi hábito en este momento de mi vida, al toparme con estos disgustos, desilusiones y afrontas a mi fragilísimo idealismo, es volverme hacia mí misma y preguntarme qué de todo esto es algo en que aún estoy fallando yo. Así me encuentro hoy… y ayer… y seguramente mañana.